Adriano Rodríguez

Adriano Rodríguez

Adriano Rodríguez falleció hace siete años, pero su canto no se apagó aún. Poco antes el nonagenario artista había recibido el Premio Nacional de Música, y más que honra, fue justicia.

Desde su natal villa de Guanabacoa este moreno, ocurrente y humilde, tuvo la simpatía de sus paisanos por su inestimable voz. Heredó la vocación familiar para el arte sonoro y gracias al sexteto Carmen de su abuelo se ejercitó desde muy niño.

Su admiración por el tenor de las Américas, Pedro Vargas, lo inspiró a estudiar técnicas vocales y fue tal su excelencia que en diversos escenarios lo reconocieron como El Pedro Vargas de Guanabacoa.

En 1962 fundó y dirigió el Grupo de Trovadores Cubanos, que por más de una década mantuvo un repertorio de obras antológicas. A él debemos un valioso disco de canciones de Sindo Garay, con el visto bueno del propio autor.

La versatilidad de Adriano Rodríguez le permitió interpretar con el Coro Nacional y en el Teatro Lírico, grabar con Pablo Milanés, Silvio Rodríguez e involucrarse con Edesio Alejandro en una vanguardista propuesta. Igualmente, famosos resultaron sus dúos con sobresalientes solistas cubanos, como: Merceditas Valdés, Carlos Embale, Paulina Álvarez y Barbarito Diez.

En sus nueve décadas de vida no dejó de cantar el ilustre criollo que se presentó en escenarios de renombre como el mítico Carnegie Hall, de Nueva York. Tampoco perdió su amor por su querida Guanabacoa, adonde regresaba por ser jurado de honor del concurso Juan Arrondo y para visitar viejos amigos, como el trovador Pepe Ordaz.

Todos lo recuerdan por sus travesuras de niño grande y contando anécdotas. En una reveló lo que le dijo a un médico en México en 1959, ante el diagnóstico de una severa dolencia que le impedía actuar para aquel público.

La respuesta de Adriano Rodríguez sonó a epitafio: “Yo vine aquí a cantar. Yo me muero en Cuba y me entierran en Guanabacoa”. Y sus palabras se hicieron realidad.