Harold Gramatges, virtuosismo musical inacabable

Harold Gramatges

Este criollo, nacido hace más de cien años en Santiago de Cuba y que falleciera hace poco más de una década, honra con su vastísima obra nuestro pentagrama sonoro.

Estudioso de las más disímiles materias musicales, no dejó de atender la filosofía, la estética y la pedagogía. Sus saberes, su apego al aprendizaje constante, lo llevaron a colegios reconocidos de Estados Unidos y a destacarse por sus composiciones, que recorren no solo lo puramente clásico.

En 1958 obtuvo el Premio Reichold del Caribe y Centroamérica, otorgado por la Orquesta Sinfónica de Detroit, con su “Sinfonía en Mi”.

Para este genio la creatividad era indetenible, por lo que sus piezas aparecen en el repertorio de una orquesta sinfónica, en lo mejor del teatro guiñol, del ballet o del cine cubano.

Referencia para las actuales generaciones de músicos por su sentido de la ética, por su consagración a engrandecer el patrimonio nuestro, fue admirado por sus contemporáneos no solo en la isla, sino en todo el mundo hispanohablante.

Premio Iberoamericano de la Música Tomás Luis de Victoria en su primera edición de 1996, se reconoció con él que la sonoridad nacional más culta se engrandecía, al ser este un equivalente al premio Cervantes en las letras hispanas.

Nada hizo, sin embargo, que Harold Gramatges dejara de aportar ideas a los procesos renovadores del estudio de la música y de su programación en entidades como Casa de las Américas.

Igualmente, continuó fundando y dirigiendo, por lo que mucho le deben varias instituciones, entre otras, la Orquesta Sinfónica Nacional y la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo. Esta última en los años 50 se comprometió con el pensamiento artístico de vanguardia a escala universal.

¿Quién duda, entonces, que estamos ante un cubano ejemplar e inacabable por su extensa y bien lograda obra?