Frank Fernández, referencial y único

Frank Fernández

Cuando abordamos la pianística cubana del siglo XX, inexorablemente acudimos a varios horcones que, desde la composición y la interpretación, son referencias puntuales. Uno de ellos, quien celebrará en pocos días sus 80 años, es Frank Fernández, maestro que desbordó todos los moldes posibles para convertirse en epicentro de irradiación creativa.

Guiado por su madre en sus primeros contactos con la música, y luego en la academia familiar Orbón, tras el fallecimiento de ella, Frank se erige como un ávido estudiante que rápidamente absorbe todos los conocimientos del piano a su alcance, hasta su llegada a La Habana, con el fin de completar sus estudios. Ya en este momento, el joven talento es capaz de solventarse musicalmente y conoce, gracias al acompañamiento a figuras de las noches habaneras en diversos clubes, las interioridades del bolero, el filin, la canción, el bossa nova y una pléyade de géneros que lo acompañan hasta hoy. Pero si importante fue su formación académica, su paso por conservatorios, y la dicha de ser discípulo de la mexicana Margot Rojas, también relevante fue esta etapa fecunda en la que un abanico de posibilidades expresivas comienza a germinar para marcar su posterior sendero autoral.

Así fue como el primer pianista cubano graduado en el Conservatorio Tchaikovsky, de Moscú, también sería el productor musical de notables discos de trova y de música popular cubana como Días y Flores (1975) y Mujeres (1978) ambos de Silvio Rodríguez; A Bayamo en coche, del Conjunto Son 14 (1979), además de una larga lista de arreglos corales e instrumentales para concursos, festivales y formatos diversos; todo ello, en sintonía con su aprehensión morfológica de los grandes clásicos del pianismo universal: Beethoven, Rachmáninov, Prokófiev, Tchaikovsky, Chopin, Liszt, además de los cubanos Cervantes, Saumell y Lecuona.

Pero, sin duda alguna, una de las mayores fortalezas musicales de Frank ha sido su labor autoral, en la cual la experimentación y el dominio técnico se ponen en función de la expresividad, sin abandonar el concepto concertante que ha defendido siempre, al ser uno de los mayores impulsores del movimiento cameral en Cuba.

Por ello, al repasar su honda producción sonora para series, documentales o telenovelas, podemos afirmar que alcanzan iguales ribetes de complejidad conceptual que el de su depurado sendero interpretativo: Tierra brava, Cuando pienso en el Che o La gran rebelión, por ejemplo, son verdaderas obras de excelencia creativa concebidas desde la grandilocuencia orquestal o desde el más intimista minimalismo instrumental, como los temas de amor de La gran rebelión y de Tierra brava, compuestos para piano y cello, y para piano y violín, en ese orden. Pero si regresamos a los caminos de la experimentación actual, encontraremos Guaguan-piano, con Muñequitos de Matanzas; Zapateo por derecho (para dos pianos); o los discos Santa Lucía, de María Victoria Rodríguez, y Amor y dolor, de Bárbara Llanes, entre otros muchos ejemplos de diversidad musical.

Fuente: Granma