Enriqueta Almanza, la soledad del piano acompañante

Enriqueta Almanza

Por: Rosa Marquetti Torres

Es difícil encajar a Enriqueta Almanza dentro de una categoría o perfil que pueda abarcar su fructífero paso por la música y el de la música por su vida. No cedo a esa tentación y prefiero recorrer las estaciones más portentosas de su carrera, esa carrera que siempre quiso silenciosa, discreta. Nunca escuché su voz, reparo en eso ahora, cuando comienzo este ejercicio de recuento donde ella será solo el sonido del piano, el don de sus manos, su inteligencia en transmutar siempre para mejor, y otras voces, muchas voces que no son la suya, pero para las que las manos y el piano de Enriqueta resultaron imprescindibles. 

Junto a Isolina Carrillo y Zenaida Romeu, Enriqueta Almanza Lanz forma la tríada de grandes mujeres pianistas que, desde los años 40, crearon estilos propios y forjaron sus nombres como notables instrumentistas, repertoristas, compositoras, arreglistas y pedagogas. Todas ellas asumieron el pianismo de acompañamiento en la canción cubana, como elemento creativo de interacción imprescindible, no con resignación, sino en una defensa proactiva de ese rol. Quizás sea esta una de las nociones más consistentes y conocidas de la grandeza de Enriqueta, mucho más valorada por los músicos y cantantes con los que trabajó, así como por quienes pudieron verla en espacios donde cantante-pianista-público se retroalimentaban en la cercanía y  complicidad de un concierto o una descarga en un night-club, cuando los sentimientos se hacían tangibles y su piano sabía interpretarlos y tejer ese hilo invisible de comunicación a través de complicadas y novedosas armonías.

Enriqueta está presente, de modo activo, en momentos muy luminosos de la historia de la canción cubana, en particular del filin en sus diferentes etapas y en la vida de algunos de sus más importantes intérpretes, sobre todo en las décadas de los 60 y 70. Aún se recuerdan sus sesiones con Doris de la Torre y el modo en que Enriqueta se desdoblaba y multiplicaba para que su piano fuera uno mismo y diferente en cada caso. Eran los tiempos en que los pequeños espacios de la noche musical daban vida a La Habana de los años 60, cuando el filin, sus intérpretes y compositores encontraron como nunca antes los modos y lugares para cantar sus sentimientos.

Si bien Elena Burke fue respaldada por algunos de los mejores pianistas —Frank Domínguez, Frank Emilio Flynn y Meme Solís, entre ellos—, su relación con Enriqueta fue particularmente duradera, entrañable y gloriosa, con una presencia insustituible en momentos culminantes de la discografía de la cantante. Se conocían muy bien, eran amigas, con esa amistad donde la admiración se reciproca sin más. 

“Es muy sincera no solo como intérprete, sino como persona —diría Enriqueta de Elena—. No es fácil acompañarla. Por eso me gusta hacerlo. Me estimula. No permite caer en rutinas, aunque se trate de canciones repetidas muchas veces.  En un escenario, uno tiene que ʽcazarla’, pues nunca proyecta un número igual. Y no hablo solo de lo musical, sino de la emoción. Eso sí, no necesita de partituras para recordar el acorde preciso, y si uno se sale, hace un gesto muy gracioso, demasiado suyo para repetirlo, y advierte cualquier cambio. Para mí, potencialmente, es una actriz de la canción”.

De vivir estos tiempos, la palabra empoderamiento le habría parecido demasiado conocida, por asumida. Compositora, arreglista, productora, directora orquestal, promotora cultural, Enriqueta supo imponer su valor competitivo en una época que, de modo particular, fue pródiga en grandes contendientes masculinos. Sentó cátedra y creó una marca personal, que la hizo ser muy demandada y admirada: Frank Domínguez consultaba con ella sus creaciones; Marta Valdés, elogiando sus capacidad como repertorista y pianista acompañante, aseguraba que “Enriqueta se sabía todas las canciones de todo el mundo en todos los tonos”, pero “…para cada uno de estos cantantes que surgieron y se destacaron hasta siempre, hubo una Enriqueta diferente”;  Eduardo Davidson corrió a su casa cuando concibió La pachanga, a pedirle consejo y rogarle que se encargara del arreglo. A Enriqueta confió Elena Burke el acompañamiento cuando una noche de 1968 en el teatro Amadeo Roldán, estrenó dos clásicos: Para vivir y Duele, de Pablo Milanés y de Piloto y Vera, respectivamente.

En las decisiones que determinaron sus caminos profesionales está, sin duda, la agudeza analítica y reflexiva; su determinación para ir a la conquista de lo que consideraba eran espacios en los que podía y debía desarrollarse y que terminaron por ser todos los que la música podía abarcar, demostrando su avidez de conocimiento y capacidad para la creación.  No había músicos en su familia, y sus estudios de piano estuvieron marcados únicamente por la vocación y el apoyo resuelto de sus padres y hermana, que pronto notaron su singular oído musical y su admiración por los pianistas en que se inspiraba: Jesús López, Lilí Martínez y Pedro Jústiz Peruchín, los grandes nombres de una orquesta típica incomparable —Arcaño y sus Maravillas— y de una jazz-band virtuosa: la Riverside. Sus comienzos en la RHC Cadena Azul están ligados a su hermana, la actriz Georgina Almanza, y a la pianista Zenaida Romeu González, entonces repertorista de la radioemisora, quien la inicia, haciendo suplencias como acompañante en algunos shows. Allí tuvo también el apoyo de Isolina Carrillo, hasta que logró tener su propio programa infantil, Los cuentos de Mami.  Inquieta, consigue presentar en esta emisora un espacio dedicado a la poesía afrocubana, acompañando al piano a un joven declamador que pronto sería mártir revolucionario: Gerardo Abreu Fontán.

Su actitud rupturista la llevó a las nóminas de orquestas masculinas como la Típica Rialto —creada para grabaciones con los artistas del sello homónimo—, la Jazz-Band de Artemisa o la Riverside, con la que, a pesar de cierto rechazo de algunos músicos, hizo suplencias en Tropicana y en programas de televisión. Los hombres de la música no encontraban otra forma de elogiarla que no fuera decir: “¡Esa muchachita toca un piano macho…!”. El fogueo en esas lides, y en su trabajo en radio y televisión, le permitió incluso plantearse dirigir ese tipo de formaciones musicales y aceptar el reto de hacerlo en una orquesta multinacional formada por el español Jaime Camino para presentarse en España y otros países de Europa. 

Durante cerca de un año con aquella orquesta, Enriqueta acompañó a las cantantes cubanas Candita Batista y Pilar Morales. Después, al desintegrarse el grupo, algunos formaron la Orquesta Cha cha chá, liderada por el compositor Jesús Guerra y con Enriqueta al piano.  Giraron mucho y la veinteañera pianista absorbió como esponja todo lo que a nivel de cultura le ofrecía la Vieja Europa: en París vio cantar a un joven emergente llamado Charles Aznavour; vio dirigir a otro joven pianista —Michel Legrand— y actuar a un consagrado: Maurice Chevalier. Y hasta llegó a trabajar en Roma como pianista de la orquesta de Xavier Cugat, sin dejar de notar la escasa autenticidad de la música que el catalán reivindicaba —y vendía— como cubana. A su regreso a La Habana aceptó el contrato que le ofrecieron para dirigir la orquesta del pequeño cabaret Alloy’s, donde acompañó a Xiomara Alfaro, Manuel Licea Puntillita y muchos otros.

La lista de cantantes a los que escoltó artísticamente, de tantos, siempre corre el riesgo de ser incompleta: desde Benny Moré, Merceditas Valdés, Esther Borja, Xiomara Alfaro, Rosita Fornés, Alina Sánchez, Luis Carbonell, hasta los argentinos Hugo del Carril y Leo Marini. Se recuerdan también sus actuaciones con Los Amigos, Los Papines, Omara Portuondo, Celeste Mendoza, etc.

La discografía de la Almanza no exhibe discos como artista principal, pero sí una coherencia en cuanto a su participación en otros diversos roles. Entre sus primeros créditos se destaca el de dirección de la orquesta que acompañó a los afamados Olga Chorens y Tony Álvarez en los álbumes Canciones por Olga Chorens (LP-3049) y Olga y Tony. Vol. 3 (LP-3061) producidos por la marca Panart y publicados en 1960 en medio del parteaguas que representó la nacionalización de la industria discográfica cubana. No parece casual que su nombre esté asociado a dos de los álbumes más importantes de la discografía filinera: Sentimiento cubano (Ferrer Records EF-600), con los cantantes Pepe Reyes y Olga Rivero, en el que debuta como arreglista haciendo tándem nada menos que con Niño Rivera; y Elena Burke canta a Marta Valdés (Areíto LD-4489) donde junto a Frank Emilio y Carlos Emilio Morales, esta mujer, en plenitud de sabiduría, se hace cargo de los pianos y de la dirección musical de una parte de los cortes del disco.

Su profundo conocimiento de la música cubana y sus ámbitos de expresión le permitió colaborar en la década de los 70 con Los Papines en dos álbumes homónimos (Areíto LD-3468 y LD-3649) donde asume roles de directora y arreglista, compartidos con verdaderos pesos pesados como su colega, el pianista Joseíto González, Orlando Cachaíto López, Luis Carbonell, Ricardo Papín y Luis Abreu.  En 1989 produce y arregla para la gran Celeste Mendoza los fonogramas La reina del guaguancó (Areíto LD-4526), y, en 1990, ¡Llegó Celeste Mendoza! (Areíto TKF-CD-11), este último con el grupo Sierra Maestra. Dirigió, orquestó, produjo y tocó el piano en discos de Elena Burke, Omara Portuondo, Teresa García-Caturla y muchos otros cantantes.

El mundo de la danza no le fue ajeno: a él se vincula desde los años 50 cuando trabaja eventualmente con Pro-Arte Musical y con el Conjunto Experimental de Danza dirigido por Alberto Alonso, como pianista de ensayos. Para este ensemble compone la música original del ballet Humorada, inspirado en la obra del caricaturista Juan David.  Escribió música incidental para puestas en escena de obras teatrales como Casa de muñecas y El alma encantada, y para espacios televisivos dramatizados como Enrique de Lagardere, La moral de la señora Dulska y Tupac Amaru, entre otros. 

Pero en la creación autoral, la obra de Enriqueta se centró esencialmente en el mundo de los niños y quedó recogida en dos álbumes producidos por la marca Areíto en los que la compositora se encarga de la música en todos los temas, y las letras quedan a cargo de Celia Torriente:  Y ahora… Los Yoyo (LD-3632) y Los Yoyos  (LD-4298). El primero tuvo como productor a Jorge Berroa, pero Enriqueta hizo la dirección orquestal, la supervisión de la grabación y la realización de todas las orquestaciones.  El segundo disco contó con la dirección orquestal de Juan Marqués La Casa y en el elenco de Los Yoyos, con la cantante Marta de Santelices y las actrices Ana Nora Calaza, Carmen Pujol, Marianita Morejón, Manuel Marín y Georgina Almanza. Y por si todo lo que había hecho ya en su carrera fuese poco, nos legó uno de los clásicos inolvidables del cancionero infantil: el mítico Barquito de papel, grabada en su registro primigenio por la gran Consuelito Vidal en su inolvidable personaje de Amigo (LD Amigo, Areíto LD-3254).  Por fortuna, otros fonogramas recogen más composiciones infantiles de Enriqueta, que sin dudas marcaron un momento de prodigio en la música cubana para niños.

Desde su tiempo a hoy, mucho ha cambiado el panorama de la música en directo; la renovación tecnológica ha hecho peligrar, cuando no desaparecer la necesidad del acompañamiento instrumental a un cantante. Esto ya lo preveía Enriqueta Almanza cuando fue entrevistada por Mayra A. Martínez en 1989, empeñada como estaba en la defensa de ese rol, que ya entonces empezaba a ser subestimado, y era una suerte de rara avis, casi en vías de extinción: “El pianista acompañante es un colchón donde reposa el cantante. En el equilibrio entre los dos factores está el éxito.  Resulta ineludible una gran interrelación humana, técnica y de íntimas sensibilidades”— sentenciaba.

El uso y abuso de las tecnologías que llegaron después no impidieron que Enriqueta Almanza se haya mantenido como referente incluso de importantes pianistas como Ernán López-Nussa, Rolando Luna, Cucurucho Valdés, y otros, quienes, con diferencias visibles, dado que sus carreras transcurren esencialmente en el ámbito del jazz, asumen con rigor, cuando es necesario, el rol de acompañantes. Así, a pesar de su muerte relativamente temprana a los 62 años, su obra vital, referente obligado de buen hacer y nostalgia para varias generaciones, junto a su legado multifacético y de excelencia, le ha sobrevivido.

Fuente: Magazine AM:PM