Caturla, el perfecto equilibrio

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Nuestra música ha transitado por diversos caminos que, azarosamente, estaban destinados a cruzarse desde lo paradójico del destino, aunque otros piensen que solo fuera cuestión de suerte. Tal es el caso del músico Alejandro García Caturla, quien, desde su temprana existencia, ya estaba ligado a las venas raigales de la cubanía, sin saberlo siquiera.

Caturla es la combinación de distintos factores que nos lo presentarían como un renovador constante y hombre de atinado juicio, ya fuera por su educación o por las visiones que de la vida tomaría como suyas. Así, arropó y forjó una personalidad seria y cabal, al punto que ello le provocaría su anticipada muerte, no sin antes legarnos lo incorruptible de su espíritu traducido en música, ubicándolo en el parnaso de los grandes.

Varias aristas pueden destacarse en él, aunque lo más significativo es la confluencia, en una misma persona, de un gran instrumentista y de un genio autoral, que a ratos pareciera que ambas vertientes se enfrentaban en un serio antagonismo. Y recalco que pareciera, ya que resultaba muy contrastante la madurez creativa en alguien tan joven, así como los recursos expresivos utilizados, sobre todo, cuando eso le costaba determinados sacrificios al instrumentista.

¿Hasta dónde llegaban cada uno de ellos? ¿Cómo y qué definía los límites de cada rol? ¿Hasta dónde el autor se nutría del ejecutante, y viceversa?

Si hiciéramos un fresco donde pudiéramos graficar imaginaria y metafóricamente su vida, no tardaríamos en reflejar instantes donde marcaríamos distintos afluentes y definiciones conceptuales en su obra. Como inicio, estaría su faceta de pianista, violinista y cantante a partir de 1921, según nos lo ubica la historia musical cubana, y alterna, a la vez, como director de orquesta, tanto de sus propias obras como de otros autores. A ello debemos sumar sus estudios no solo de música, sino universitarios, de los cuales egresa como doctor en Derecho Civil a finales de la década de los años 20 del siglo pasado. Todas esas tribulaciones de viajes, conciertos y tribunales, no le restaron ánimos para la investigación y la escucha de lo folclórico, así como para la reelaboración posterior de un lenguaje que, desde lo antropológico, revolucionaría para siempre la música cubana.

En mi época de estudiante escuché a un querido maestro definirlo como el Mozart cubano, por la similitud en las cortas vidas de ambos (el austriaco murió a los 35; el cubano, a los 34). Pero si hurgamos en la dinámica creativa de Caturla, podríamos preguntarnos cómo logró domar al tiempo para someterlo a su antojo, y ser el resultado de tantas y tantas acumulaciones por transitividad sensorial, donde la experimentación con elementos musicales tan llamativos y desconocidos, le ganaron la amistad y el respeto de artistas como Alejo Carpentier y José Ardévol, entre muchos otros.

Es su obra musical el reflejo de un carácter indomable, audaz, étnicamente transgresivo y nada conformista, donde lo ritmático no puede desprenderse del elemento armónico y no existe un claro protagonismo de uno ni otro. Simplemente son partes de un equilibrio exquisito y concertante.

En el siguiente video la Schola Cantorum Coralina, dirigida por la maestra Alina Orraca, interpreta «Canto de los cafetales», de Alejandro García Caturla:

Fuente: Granma