José Martí y Emilio Agramonte: en las sendas de la música y el patriotismo

José Martí

Cuando se repasan los juicios martianos sobre la música, se percibe de inmediato la elevada estima que el héroe le tenía a este arte y la ponderación favorable del papel que el lenguaje musical podía desempeñar en la formación de emociones y convicciones en los seres humanos.

En “Amistad funesta” — única novela que escribió—, el más universal de los escritores cubano permite pergeñar su concepción sobre el tema, en apenas dos líneas: «¿qué es la música sino la compañera y guía del espíritu en su viaje por los espacios?».

De ahí la importancia que el principal gestor de la guerra del 95, atribuyó a los músicos cubanos y el concurso que prestó a la promoción de su arte a través de la prensa y el contacto personal.

Es conocido que el Héroe Nacional mantuvo relaciones cercanas con músicos nacidos en la Isla, residentes en ella o en la emigración: los visitaba, intercambiaba correspondencia, asistía a sus conciertos y escribía acerca de ellos, en los periódicos con los que colaboró.

Un vínculo  estrecho y fraternal estableció con Emilio Agramonte Piña, un cubano nacido en Camagüey, en 1844. El camagüeyano era  nueve años mayor que él, pero sus vidas tenían varios puntos en común: estudios de Derecho en España, cortas estancias en Francia, residencias más prolongadas en Estados Unidos, donde llegaron en calidad de emigrados y nexos con el arte musical , Agramonte, como instrumentista, compositor y profesor y Martí como  fervoroso admirador y cronista.

Sin embargo, el cimiento fundamental de aquella amistad fue el compromiso con la causa independentista. Agramonte era de estirpe mambisa. Su primo Ignacio fue uno de los iniciadores de la gesta de los Diez Años y uno de sus más  encumbrados guerreros y su hermano Eduardo, alcanzó los grados de coronel del Ejército Libertador y murió en combate por la independencia nacional.

En los Estados Unidos, Agramonte realizó trabajos de composición y musicografía, fue profesor de canto y piano y fundó la Escuela de Ópera y Oratorio de New York. Sobre esta institución, Martí escribió: «Hoy, sobre las dificultades que se oponen a una empresa de arte puro en una metrópoli ahíta y gozadora, Emilio Agramonte logra establecer la “Escuela de Ópera y Oratorio de New York”, con las ramas de lenguas, elocución y teatro correspondientes, sobre un plan vasto y fecundo como la mente de su pujante originador ».

En un artículo del 30 de abril de 1892, Martí lo calificó como «el criollo desterrado, que a todos admira por su arte fino y profundo, su trabajo encomiable y su facultad de combinar los más difíciles elementos artísticos en empresas de magno y ordenado conjunto», en donde avizora «el anhelo de conquistar al fin la patria justa y libre donde pueda valer sin trabas el genio de sus hijos».

La alta estima de Martí por el músico camagüeyano se ratificó el propio año de la fundación del Partido Revolucionario Cubano, cuando José Martí, quiso publicar en su periódico Patria la partitura de la pieza que todavía era conocida como “La bayamesa”; en ese entonces sugirió al  compositor  Agramonte Piña preparar una versión de la marcha. Agramonte conocía por referencia la letra y la música del sagrado himno y las sabía de memoria. A partir de ahí, hizo algunas modificaciones,  para dotar la pieza de un mayor énfasis y marcialidad y con ese propósito, eliminó el fragmento de “La marsellesa” que tenía el original de “Perucho” Figueredo.

 El fruto de ese esfuerzo fue publicado en el periódico Patria el 25 de junio de 1892, donde estuvo acompañado de las siguientes líneas:

«El acompañamiento del himno es de uno de los pocos que tuviesen derecho a poner mano en él, nuestro Emilio Agramonte, cuya alma fervorosa nunca se conmueve tanto como cuando recuerda aquellos días de sacrificio y de gloria en que las mujeres de su casa daban sus joyas al tesoro de la guerra, en que los jóvenes de la casa salían cuatro veces seguidas, a morir. ¡No han de ponerse las cosas santas en manos indignas! ¡Ni quiso el maestro Ilustre hacer gala de su arte en la composición; sino respecto al himno arrebatador y sencillo. Oigámoslo de pie, y con las cabezas descubiertas!».

Agramonte sobrevivió a Martí. Como se sabe, el autor del ensayo programático “Nuestra América”, cayó en combate en Dos Ríos, prácticamente a inicios de la guerra que ayudó a fomentar y organizar. El músico camagüeyano en cambio, falleció en La Habana en 1910.

En diciembre de 1898, como parte del recibimiento en Guanabacoa a las primeras tropas mambisas que entraban en La Habana, los organizadores decidieron que se interpretara “La Bayamesa” de Pedro Figueredo, himno revolucionario, publicado por José Martí en el periódico Patria. Con tal objetivo, le solicitaron al compositor y director José Antonio Rodríguez Ferrer que se encargara, de la orquestación y dirección interpretativa de la pieza musical. Rodríguez Ferrer tomó como base la línea melódica que había plasmado Emilio Agramonte en su transcripción, la armonizó y orquestó con algunas esenciales adecuaciones en función del medio instrumental que hubo de utilizar para interpretarla y compuso una introducción instrumental a modo de diana de vibrante estilo marcial, que la partitura de “La bayamesa” no poseía y era fundamental para lograr el efecto de llamada, de clarín, indispensable a la dramaturgia musical de un himno que es, ante todo, una marcha de combate.

En este empeño, Martí y Agramonte también estuvieron unidos, a través del aporte que cada uno hizo para el rescate, preservación y difusión de la histórica pieza musical.