Una leyenda musical nombrada Jorge Anckermann

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De casta y muy buena, por cierto, le llegó la música a un cubano imprescindible: Jorge Anckermann (22 de marzo de 1877—3 de febrero de 1941). Con ascendientes alemanes y españoles, nació hace casi siglo y medio en el barrio del Santo Ángel, en La Habana, influenciado por un fuerte criollismo.

La herencia del arte sonoro fue visible en el niño que jugaba en las mismas calles donde Cirilo Villaverde desarrolló la trama de Cecilia Valdés. Unos meses antes de que se publicara la novela cumbre de nuestra literatura, el pequeñín llegaba al mundo en aquel mítico lugar de esta ciudad.

No tardó en integrar, primero, un formato melódico. Y a los quince años de edad era director musical de la compañía de bufos de Narciso López, con la cual paseó su talento por México. Se destacó como pianista, contrabajista y compositor, mientras daba a conocer nuestro danzón en tierra azteca.

Muy pronto el ilustre Teatro Tacón habanero se colmaría de aplausos ante la genialidad sobrada de la primera obra de Anckermann para las tablas: La gran rumba, como parodia de la revista española La Gran Vía. Y no fue menos su virtuosismo al crear partituras para la agrupación que, junto a Luis Casas Romero en la flauta, amenizó proyecciones del naciente cine mudo.

Pero su mejor arte estaba por llegar. La revista Ni loros, ni gallos, de los hermanos Gustavo y Francisco Robreño, le dio una nueva oportunidad al joven autor criollo. La guajira que compusiera para aquel espectáculo, abriría un nuevo género sonoro en la Isla, que tendría luego su punto más alto con ʺEl arroyo que murmuraʺ.

Increíblemente su leyenda musical no sería igual sin la entrada en 1911 al Teatro Alhambra para dirigir la orquesta de la obra La revolución china, con libreto de Federico Villoch. Comenzaba la mejor etapa de aquella instalación, en la cual Anckermann no dejó de estrenar inolvidables temporadas hasta su cierre definitivo en 1935.

Allí se exhibieron las piezas del teatro bufo más arraigadas en la memoria popular, cuyos títulos muestran cómo sus autores burlaban la censura, mediante zarzuelas y sainetes para reflejar hechos políticos nacionales y foráneos. Fueron de las más famosas La isla de las cotorras y La casita criolla, para la cual creó un nuevo ritmo: el tango congo.

Cerca de tres mil obras en casi todos los géneros sonoros cubanos convierten a Jorge Anckermann en uno de nuestros músicos más encomiables.

Entre sus obras más recordadas se encuentra ʺGalleguíbiri-Pancontíbiri, que formó parte del filme La bella del Alhambra: