Martha Jean Claude, la gran dama haitiana de la canción

martha jean claude

Por: Pedro de la Hoz

Nadie desde la música condensó como ella el sufrimiento y la esperanza de Haití. Martha Jean Claude era de pronto una fuerza telúrica y apenas sin transición un arcoíris de ternura. Escucho sus discos y la veo con esa sonrisa abrasadora, alimentada con las llamas de su historia personal y de su gente, cantando sobre la escena, en la pantalla o en la intimidad familiar, junto a sus hijos Richard, Linda y Sandra, o entre sus otros compatriotas, los de la tierra de Toussaint L’Ouverture. Digo otros porque también Cuba fue su patria y por extensión Nuestra América.

En el centenario de Martha –nació el 21 de marzo de 1919 en Puerto Príncipe–, la dimensión mítica que alcanzó se halla fuera de toda discusión. Los cultores de los diversos géneros de la música haitiana, desde el merengue al kompas, desde el jazz hasta el hip hop, la consideran un referente obligatorio; si las cotas de creatividad y autenticidad conquistadas en la segunda mitad del siglo xx y las primeras décadas de la actual centuria son altas, se deben a lo que Martha sembró.

De ello habló con propiedad Manno Charlesmagne, uno de los más originales cantautores haitianos lamentablemente ya fallecido, cuando en un breve cruce de palabras que sostuvimos en la capital haitiana hace unos años dijo: «Nosotros pronunciábamos su nombre como un mantra, para conjurar las trabas que nos imponía el régimen duvalierista y hallar fuerzas para no dejar de ser optimistas».

Acompañar a Richard por los caminos de Haití, como lo hice alguna vez, era como estar en el tiempo de Martha. Políticos y gente de a pie, artistas y comerciantes, pescadores y maestros, adultos y jóvenes, en Puerto Príncipe o Cabo Haitiano, la sentían como una presencia viva e imprescindible.

El destacado intelectual Gerard Pierre Charles dejó la siguiente impresión: «Martha Jean Claude trasciende con creces los marcos del folclor para hacer saber al mundo cómo nos sostenía una tradición y a la vez una visión de futuro. Hace de cada nota que entona un retrato de lo que somos y aspiramos ser».

Siempre fue insumisa. Al presidente de turno a principios de los años 50, Paul Magloire, no le gustó una pieza teatral concebida por ella, y la encarceló. Martha estaba embarazada de su amor cubano, Víctor Mirabal, padre de sus hijos. A punto de parir por primera vez salió de prisión y viajó a Cuba, donde fundó hogar y recibió grandes muestras de afecto.

En la patria adoptiva empinó su estatura artística. Fue llamada a participar en las producciones del cabaré Tropicana, grabó con la Sonora Matancera, y en los programas radiales su voz comenzó a ser familiar.

Un contrato la llevó a México en 1957, donde protagonizó un espacio televisivo titulado Afro Cabaret. Aun en una lamentable película de Alfredo Crevenna, Yambao, que degrada los valores culturales del legado africano en las culturas antillanas, Martha brilla al cantar una oda ritual.

Al regresar a Cuba en 1958 sabía que a la tiranía batistiana le estaba llegando la hora final. Simpatizante de las fuerzas rebeldes, abrazó la Revolución como una cubana más y a ella se entregó como un emblema de los arraigados e indestructibles vínculos entre dos culturas muy cercanas.

Fundó el grupo musical Makandal, con el que ofreció numerosos conciertos, alternó con la orquesta Aragón, colaboró con la Casa de las Américas, dedicó un disco a los niños y el cine cubano la reflejó en los filmes Simparalé, de Humberto Solás; La tierra y el cielo, de Manuel Octavio Gómez; y Maluala, de Sergio Giral.

Un día la periodista Marta Rojas, que se iniciaba en la narrativa, le pidió un texto para integrarlo al cuerpo de su primera novela El columpio del Rey Spencer, donde rinde homenaje a las migraciones antillanas que nutrieron la identidad cubana.

Martha le remitió ʺNostalgia haitianaʺ, canción especialmente escrita para la obra de su tocaya. Me permito reproducirla por su enorme valor simbólico:

Hazme una carta/ compay cubano/ voy a mandar unos recaditos a mi compay en Haití / a mi comadre dile / que estoy regulá / gracias al compay Aníbal / me dio un rincón / en un barracón por el amor me dio / ¡Ay conmay! / cuídame allá a los muchachos / que yo dejé / Dile que cuando regresaré / diente de oro / les llevaré /trabajando estoy / noche y día / para comprar / cuando llegue allá / un caballo / una vaca / un cabrito / En el tintero / de mi pensar / para los santos / mando mi fe / compay cubano / dime cuánto debo / ¡Ah, no se preocupe! / ay conmay…/ Un día allá / en mi casa / te pagaré / no se filmal / yo voy hacé / una crú.

Martha Jean Claude nada nos debe. Mucho en cambio le debemos a la gran dama haitiana de la canción.

NOTA EDITORIAL

Esta crónica de Pedro de la Hoz apareció publicada en Granma, el 21 de marzo de 2019.