«Lo oculto y desconocido» (IV parte)

Por: Joaquín Betancourt Jackman (Premio Nacional de Música 2019)

En esta iniciativa mía de dar a conocer, en apretada síntesis, la historia y características de algunos de nuestros más célebres maestros de la música cubana; insisto que solo me referiré a aquellos lamentablemente menos conocidos públicamente, maestros y maestras de la música que en las historias que deben conocer nuestros estudiantes de música, sus nombres no constan, ni tampoco e inexplicablemente son obligadas referencias para los profesionales de la música de hoy en día.

Entre los músicos más impactantes que he tenido la dicha de conocer hasta personalmente destaca uno, al cual tengo que referirme con especial dedicación.

Pues se trata de Andrés Echeverría Callava, natural de Pinar del Río y más conocido por El Niño Rivera, un increíble músico tocador del tres; además de sus grandes cualidades como instrumentista, un gran orquestador y compositor. Le llamaban en el circuito cerrado de músicos de su época: El Tres de la armonía.

Al Niño Rivera lo conocí personalmente de la siguiente manera; allá por los años 60 del pasado siglo, mientras cursaba estudios en la ENA, un grupo de jóvenes estudiantes adolescentes, motivados y sedientos por conocer todo lo posible y necesario acerca de nuestra música popular, nos decidimos una noche de sábado ir al salón de baile Mambí, el salón de baile más famoso de aquella época, situado en lo que es hoy el parqueo del famoso Cabaret Tropicana, pista de baile que guarda sagrados recuerdos de la historia de la música cubana y que algunas de sus imágenes están recogidas en filmes y documentales cubanos de entonces. Íbamos motivados por ver tocar a la Orquesta Aragón, entre otras agrupaciones musicales de mucha popularidad de esos años.

Entre las agrupaciones de menos convocatoria y casi haciendo como una especie de cortina me sorprendió enormemente el conjunto Neo Son, dirigido por este fenómeno musical o genio que se llamó El Niño Rivera; me quedé perplejo y sorprendido por lo avanzado de sus conceptos armónicos e ideas. A partir de ahí le di seguimiento a sus creaciones y traté de imitar su filosofía armónica desde mis primeros pasos en escritura de arreglos.

No rehúyo para nada en decir que esa forma de rebuscamiento armónico, que despertó en mí el Niño Rivera, aún está presente en mis trabajos a estas alturas de la vida y digo aún más, también en muchos de mis contemporáneos músicos arreglistas y compositores, aunque no sé porque cuesta trabajo reconocerlo.

En mi publicación anterior dediqué ésta a la figura del inolvidable maestro y virtuoso del contrabajo, Orestes Urfe, y fue precisamente éste quien me contó una anécdota que jamás he olvidado del Niño Rivera, y es que cuando el gran compositor y director ruso, Igor Stravinsky, visitó a Cuba, tuvo un interesante intercambio con un grupo de compositores sinfónicos cubanos a la cual él nunca estuvo invitado, pero tuvo la osadía y se hizo presente.

Allí apareció aquella figura negra con su robusto tabaco en boca; le entregó al gran maestro ruso una de sus partituras y aquel maestro ruso se mostró altamente impresionado por las cosas tan interesantes encontradas en la partitura escrita por el Niño Rivera.

Durante mucho tiempo no he escuchado con fuerza y orgullo el nombre de este genio cubano, su gran modestia le ha hecho pagar, con creces, por la casi ignorancia del conocimiento de su obra y su grandeza.

Para mí resulta ser uno de los más geniales músicos que ha parido esta tierra cubana.

Su contemporaneidad llega hasta nuestros días, merece un gran respeto y un obligado estudio profundo.

 Tomado del perfil en Facebook de Joaquín Betancourt Jackman