Fidel entrañable

Fidel con ninos

Mi abuela Rosa, madre de siete hijos, inculcó a sus vástagos el amor por la Revolución y por Fidel, y ese sentimiento fue transmitido a todos los que poco a poco fueron llegando a la familia.

Recuerdo, en la sala de la casa, un cuadro grande con la imagen de Fidel, y mi abuela solía decir que ese, el de la foto, era el hombre más grande de la historia.

Con mi abuela, y mucho antes de ir a la escuela, tuve las primeras referencias del hombre de barba y mirada soñadora, futurista, que presidia y adornaba la sala de la casa.

Nací en la década entrañable de la Revolución recién germinada y no tuve la dicha de vivir los primeros años gloriosos de aquella gesta, pero mi abuela, con su dulzura y su manera simple, humilde y sincera, llenó mi cabeza infantil de esas historias ciertas que convirtieron al Fidel de los cubanos en el líder.

Después y con sólo once años, tuve la suerte y el orgullo de conocer a Fidel. Estaba en el Campamento José Martí, en Tarará, durante el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.

En el anfiteatro ese día Fidel iba a hablar. Llovió mucho, y preocupado, el Comandante decidió recorrer las zonas donde se había inundado. Lo vimos de cerca, conversó y terminó diciendo «nos vemos después».

En ese momento reafirmé cuánta razón tenía mi abuela. Desde mi visión infantil comprendí que Fidel era el hombre más grande de la historia.