El Indio Naborí, el ciego que enseñó a ver

El Indio Naborí

La pasión con que escuchó a su madre arrullarlo en décimas pintó melódicamente la vida de aquel bebé que nació el 30 de septiembre de 1922 en una casita pobre del habanero San Miguel del Padrón. Fecha en que se celebra en su honor el Día Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado. Estoy recordando a Jesús Orta Ruiz, la figura más representativa de la décima en Cuba.

Muchas y excelentes virtudes lo caracterizaron, pero su nobleza y sencillez lo distinguieron tanto que, para estar bien cerca de las capas más humildes, se hizo llamar El Indio Naborí. Entre los aborígenes, el indio era jerárquicamente inferior; y naboría significa trabajo en la lengua de nuestros primeros pobladores.

 Aquel que conoció el feo rostro de la pobreza, y fue pastor de ovejas, aprendiz de operario de zapatero y dependiente de comercio, no se le subieron a la cabeza los premios, los viajes por el mundo y los muchos reconocimientos. Nada se compara, decía Naborí, con el sorbito de café en el guateque de un amigo, el amanecer entre palmeras y un arroyo al que volvía una y otra vez para cargar su espíritu.

La décima fue la reina de su lírica, pero también se distinguió como sonetista y cultivador de otras formas poéticas; además de la prosa. Por docenas se cuentan las exquisitas obras de su pluma pródiga, haciéndolo merecedor del Premio Nacional de Literatura en 1995.  

El periodismo conoció igualmente del talento de Orta Ruiz. Su nombre prestigió diversas publicaciones, entre ellas la revista Bohemia y el periódico Hoy, durante los primeros años de la Revolución. Me llega como un aire fresco el recuerdo de mi padre buscando la sección ʺAl son de la historiaʺ. ¡Qué gracia tiene este hombre —me decía—, para contar los acontecimientos con un estilo que llega a los menos instruidos sin perder la elegancia!

Y es que este gran hombre escribía entretejiendo artísticamente el folclor de nuestros campos con el gracejo popular y cuanto hay de culto en sus hijos.  Dicen que padecía de ceguera, no lo creo, porque enseñó a muchos que, viendo, estaban ciegos.

El indio escribió la historia emotiva de la gran historia de su Isla. Sus pinceladas de emoción son como destellos de viva luz entre tantos libros teóricos. Como olvidar los horrores de la invasión mercenaria a Playa Girón después de leer “Elegía a los zapaticos blancos”, la historia de vida de la pequeña Nemesia.

Al final de una existencia prodiga en sueños cumplidos, en uno de sus últimos poemas, se quejaba, no de la extinción de su materia, sino de aquel mundo exterior que, a la par, se extinguía para él. La muerte lo encontró inconforme el 29 de diciembre de 2005, entonces sí, la luz, se fue de sus ojos.