Aquel sonido diferente

cespedes

El mismo sonido de siempre se escuchó diferente hace exactamente 154 años, en el ingenio azucarero La Demajagua, y desde entonces la vida cambió, los amos ya no lo fueron tanto y tampoco los esclavos. Hubo menos obediencia y más dignidad, quizá se derramó demasiada sangre, pero también comenzaba a construirse el mejor de los sueños: el de la libertad.

Aquella campana repiqueteó más que de costumbre y cuando los reunidos en la gloriosa mañana entendieron que ya no tenían dueño, se mostraron un tanto confundidos, pero poco a poco encontraron en el campo de batalla la verdadera dimensión de aquel acto de fe.

Carlos Manuel de Céspedes era un hacendado rico y culto, amante de la poesía y la música. Fue, sin duda, el hombre más odiado y más querido a la vez. ¿Quién que se respetara iba a tirar por la borda el sacrificio de siglos de coloniaje? El honor de su familia católica se ponía en entredicho.

Pero su vergüenza, como humano ante la crueldad de la esclavitud, pudo más que toda la fortuna que podía crecer en sus vastos cañaverales.

Y otros lo igualaron en riqueza económica y en conciencia para unir ideas y brazos libertarios y no faltaron los que no lo entendieron, los que lo ultrajaron y traicionaron.

La libertad tiene el mayor de los precios: el de la responsabilidad, ese es el que permite el decoro que muchos temen y prefieren dejar las cosas como están. Pero desde aquella mañana del 10 de octubre de 1868 esta Isla dejó de ser servil, para ser eternamente rebelde.

La nacionalidad cubana se fraguó con el sudor, las lágrimas y la sangre de blancos, negros, mulatos.

A los pocos días del tañido de la campana de La Demajagua cantaron por primera vez, muy cerca de allí, en el Bayamo indómito, un himno para la Patria, para la guerra contra los amos y para llamarse todos: mambises, cubanos.