El de la rumba soy yo

tio tom

Así se autoproclamaba Gonzalo Ascencio Hernández Kesel, más conocido por Tío Tom entre los reputados rumberos en aquellas largas controversias celebradas a puro sonar del cajón en Los Sitios, Jesús María y su Cayo Hueso natal, entre otras barriadas de La Habana de los años 30.

Este moreno contento se destacó en todas las facetas del guaguancó, no solo fue un pródigo autor, también se lucía como cantador, bailador y quinto. Imprimió a sus melodías un sabor inconfundible y distintivo, y su prodigioso sentido del ritmo le permitía guiar a cantadores y tocadores a través de los vericuetos polirrítmicos de esta música de tan difícil ejecución y a la vez tan contagiosa.

Florencio Calle, como también se le conocía, se reunía con la gente más brava de la rumba, quienes fueron sus mejores amigos y reñidos contrincantes en esos intensos duelos de rimas y ocurrencias, como Chano, El Pícaro, El Amaliano y Aspirina, ninguno tan prolífico como el Tío Tom, a cuya inspiración se deben cientos de piezas, entre las más conocidas: ʺBombónʺ, ʺQué quiere la niñaʺ, ʺCorazón que naciste conmigoʺ, ʺLos cubanos son rarezaʺ, ʺTierra bravaʺ y ʺBemba coloráʺ.

¿Cómo se explica la inspiración fructífera de aquel músico callejero?  Bebía en el caudal inagotable de la vida que, agradecida por su alegría, le regalaba las más variadas temáticas: las situaciones cómicas; tragedias familiares; problemas sociales como la guapería en el barrio o el machismo. Estuvo seis meses en prisión por su guaguancó-protesta «Dónde están los cubanos». Como los autores de todas las épocas no fue ajeno al tema del desengaño amoroso; combinaba sabiamente el amor, la nostalgia, la violencia, la ironía, la ternura y la cubanía, sin caer jamás en el mal gusto o la grosería.

A golpes de cajón se erigió paladín contra la angustia por la miseria, el desamparo y la discriminación que sufría la gente humilde de las barriadas habaneras, con el triunfo del primero de enero bajó el estandarte. El 10 de febrero de 1991 Tío Tom partió sereno al descanso eterno, pues ya no había razón para la tristeza.