En un tiempo en que la mayoría de los improvisadores gustaban de llamarse “caciques”, él prefirió “naborí”, nombre recibido por quienes cultivaban la tierra. Renovó la décima en la Isla, sin embargo, Jesús Orta Ruiz mantuvo siempre la modestia del primer día.
Fue, desde los años 40 del pasado siglo, Jesús Orta Ruiz, el poeta nacional de la décima, quien reunió en su obra la síntesis de lo cubano universal. El Indio Naborí dio una nueva dimensión a la espinela.
Viajera peninsular
cómo te has aplatanado…
qué sinsonte enamorado
te dio cita en el palmar
dejaste viña y pomar
soñando caña y café,
y tu alma española fue
canción de arado y guataca
cuando al vaivén de una hamaca
te diste a “El Cucalambé” (CESA RR)
En una entrevista afirmó el Indio Naborí «La Revolución ha hecho desaparecer la décima mendiga. La ha vestido y calzado bien. Le ha asegurado el pan y le ha dado un aire libre y limpio para cantar su asombro ante el fenómeno de las transformaciones cotidianas».
El periodista cubano, Armando Chávez, dijo de él: «Jesús Orta Ruiz no renuncia a la poesía, sabe hacer los borradores en el aire y al igual que Borges, Homero y Milton, está convencido de que todo lo que le es dado al hombre, incluso la adversidad, es motivo de inspiración».
Jesús Orta Ruiz nació en las afueras de La Habana en 1922 y a los 24 años publicó su primer libro. Comenzó como improvisador, pero le fue bien en el difícil mar de la escritura. Le consideran el poeta nacional de la décima y ha sido traducido a más de doce idiomas. Gran parte de su poesía es autobiográfica, vivencial. Si alguien se interesara por escribir su biografía sin más datos que los íntimos poemas, sin dudas podría lograrlo.
Para Naborí el mejor poeta es quien queda oculto y lo dice en forma de metáfora, porque la poesía no es una estrella que se toca sino que se refleja en un lago y tocarla sería romper el encanto. Esa angustia la dejó expresada en estos versos:
Me queda poco tiempo de palabra
me desespera la que nunca encuentro
¿Y he de morir sin que mi mano abra
puertas al ave que me canta dentro?
Para Naborí el secreto de la escritura era conmoverse. La verdadera poesía puede expresarse lo mismo en formas clásicas que modernas, siempre que el contenido demande la forma. Ya lo decía Martí: cada inspiración trae su métrica y su ritmo interior.
El Indio lo explicó de esta forma: «Habiendo yo nacido y crecido en una ecología puramente campesina se explica que muchas de mis vivencias juveniles me lleguen en décimas de cuya cadencia estaba lleno el aire».
La décima no se manifestó en Naborí como divertimento, sino como necesidad expresiva de acuerdo a los temas tratados. Por eso pudo expresarse en otras formas, como el romance, el verso libre y el soneto. En este último escribió este hermoso poema, especie de temprano epitafio
Vendrá mi muerte, ciega para el llanto,
me llevará y el mundo en que he vivido
se olvidará de mí, pero no tanto
como yo mismo, que seré el olvido
Olvidaré a mis muertos y mi canto,
olvidaré tu amor siempre encendido
olvidaré a mis hijos y el encanto
de nuestra casa con calor de nido
Olvidaré al amigo que más quiero,
olvidaré a los héroes que venero,
olvidaré las palmas que despiden
al sol, olvidaré toda la historia
No me duele morir y que me olviden
sino morir y no tener memoria
Desde el primer cuaderno, Estampas campesinas, optó Jesús Orta Ruiz por firmar sus versos como El Indio Naborí en oposición a la tendencia de ciertos juglares a llamarse caciques. Otras publicaciones fueron firmadas con diferentes nombres apócrifos de carácter clandestino, pero se impuso El Indio Naborí, con el cual quería representar a los más humildes.
Mi niñez descalza y pura
como la misma ignorancia
me viene por la fragancia
de una guayaba madura
Me viene con la espesura
la choza y el callejón
y se abre en mi evocación
la vieja herida de un trillo
cuando en caballo de millo
cabalgaba la ilusión.
Para El Indio Naborí cubanía es todo lo que identifica a nuestro pueblo entre los pueblos de la tierra, pero puesto en la encrucijada de seleccionar un símbolo, se quedaba con el sinsonte.
Como no podía ver el mundo y la vida con los ojos, prefirió imaginarles como quisiera que fuesen; justos y felices. Perder la visión fue una pena grande, pero le hizo encontrar ojos en otros sentidos.
Evocaba los versos grandes de Borges: «Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche»
Naborí no podía mirar sus libros, algunas veces sintió que lo miraban a él. Llevaban tanto tiempo juntos, que aún ciego, identificaba algunos.
Santa Lucía,
dame mis ojos
que se cayeron
en negro pozo
tal vez buscando
no sé qué fondo
en donde Dios
esconde el rostro
Santa Lucía
dame mis ojos
que quiero ver
en mis contornos
pequeños bólidos
en la alegría
de sus retozos
Santa Lucía
gracias, mis ojos
que no ven nada,
ya lo ven todo.
Federico García Lorca rejuveneció el viejo romance español. Naborí hizo lo mismo con nuestra décima. No se sintió satisfecho con lo que pudo escribir: «La poesía es un ave encantadora que nos llama la atención con un trino y cuando vamos a fijar la vista en ella desaparece en el misterio».
Quiso que la mejor parte de su vida quedara como ejemplo para los que vinieran y estuvieran dispuestos a luchar por la justicia y el amor entre los hombres. Sin embargo, tanto como eso le importaba no perder la memoria para seguir recordando, vivos o muertos, a todos los que amaba.
Yo desde niño te llevo
del brazo como una esposa
guajirita lastimosa
con hambre de mundo nuevo
Incubaste como un huevo
de sinsonte el alma mía
desde que en la sitiería
junto al arroyo sonoro
como una botija de oro
encontré la poesía.