Rafael Lay Apesteguía, prodigio de sonoridad inconfundible

Rafael Lay

No es posible hablar de música cubana sin mencionar a Rafael Lay Apesteguía (17 de agosto de1927—13 de agosto de 1982). Como pocos, plantó la semilla de un árbol que no deja de dar frutos en el pentagrama criollo a más de ocho décadas de su surgimiento.

La Orquesta Aragón tiene el sello de su fundador y el estilo sonoro de su segundo director. Ese cuño inconfundible el creador sabía que el primer violín de su agrupación se lo imprimiría y confió en el artista excepcional de 21 años.

Fue así como Orestes Aragón entregó a Rafael Lay Apesteguía una historia que debía escribirse en cada composición e interpretación, pero, esencialmente, con rigor y creatividad traducidos en elegancia. La misma que siguió su hijo y ahora su nieto.

Mucho les costó a los padres del pequeño cienfueguero apoyar tempranamente sus deseos de tocar el violín. Hasta los reyes magos ayudaron con un ejemplar para manitos tan asombrosas.

Torcer habanos llevó el plato a la mesa, pero no impidió al tabaquero Felipe soñar que su hijo fuera músico. Para Esperanza pedalear su máquina no era solo coser, sí alto compromiso con el futuro de su único retoño.

Los maestros del menor prefirieron muchas veces no cobrar a perder la oportunidad de moldear tal diamante humano de ingenio y humildad.

Cada lección aprendida la revirtió Rafael Lay en una trayectoria increíble. Estudiaba para mecánico dental y, al dirigir el coro escolar, devino profesor de música del Ayuntamiento. Todo con apenas 12 años de edad.

Unos meses después formaba parte de la Orquesta Aragón y en menos de un decenio era su director. No es difícil entender por qué la charanga eterna de Cuba no deja de brillar con su sonoridad única en el mundo entero.

La capacidad de Rafael Lay Apesteguía para formar una familia exquisita en la vida y en la música continúa escribiéndose con los hilos dorados que cosió Esperanza y los sueños del viejo Felipe desde el aroma de un habano.