Miguel Barnet, poeta y etnólogo fue, además, gran amigo de Ignacio Villa Fernández (Bola de Nieve) y le dedicó un poema.
En diálogo para Radio Cadena Habana, el también Presidente de Honor de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, recuerda al virtuoso guanabacoense como el pianista acompañante de la destacada vocalista Rita Montaner y que fue ella quien cariñosamente lo apodó Bola de Nieve.
Refiere el sentido del humor del gran intérprete de la música cubana e internacional, que logró un modo único de hacerlo. Barnet apunta, además, que el poeta Nicolás Guillén explicaba que Ignacio Villa no gritaba la canción, sino que la interpretaba en un estilo francés muy de moda a mediados del siglo anterior.
El intelectual señala que el pianismo de Bola está vigente, que su modo de hacer música era muy contemporáneo. Además, enfatiza que hizo un repertorio riquísimo de canciones de diferentes países, donde incluyó temas de autores cubanos y, por supuesto, las que él mismo componía.
Miguel Barnet puntualiza entonces cómo el artista guanabacoense no se consideraba un compositor y decía que él hacía “cancioncitas”. Sin embargo, nada más lejos de la realidad porque sus piezas son verdaderas joyas y han sido cantadas por múltiples intérpretes de todo el mundo, fundamentalmente, “Si me pudieras querer”, “Ay, amor” y “Arroyito de mi casa”.
Con respecto a esta última, no olvida una anécdota contada por Raquel, la hermana de Ignacio Villa, quien recordaba ese arroyo como algo nada agradable. Y Barnet acota que solo la poesía convierte en bello lo más increíble y ya quisiera el Danubio tener un poema tan hermoso como este que Bola le dedicó a la corriente pestilente que en su niñez corría cerca de su hogar.
Finalmente, el amigo y admirador del inigualable, se refiere al poema que le dedicó en vida del artista y que mantuvo inédito por solicitud de aquel. Solo vio la luz a los pocos años de la muerte de Bola y apareció en una compilación de textos del propio Barnet.
Se trata de “Oriki para Bola de Nieve” y para que pueda entenderse el sentido, el autor explica que un oriki es en lengua yoruba un canto de alabanza, que hacen los griots a las figuras que se destacan en la comunidad de Nigeria.
Conociendo el origen de Ignacio Villa, su vida ligada a la religión afrocubana en su natal Guanabacoa y su gloria como artista irrepetible, surgió esta suerte de elegía.
“Oriki para Bola de Nieve”
Caballero de Olmedo,
juglar herido por la flecha de Ochosi, el cazador,
ven en tu trineo de yaguas
y enciende las calabazas
Dueño de la fragua y del colmillo del jabalí,
sumérgete en la espuma de las cinco palanganas de Ochún.
Entra, con tus calderos de cobre,
al monté carulé,
apaga los grillos,
estruja las esponjas
que aquí estamos flautas, arcángeles,
péndulos silbantes
para oír cómo crujen tus viejos caracoles.
Vamos, despréndete de los cascos,
salta estremecido del Puente a la Alameda
y déjanos tu capa de lagarto raída,
tu ronquera ancestral,
tu canto antiguo.
Zumba la curiganga
mi negro,
Zumba
Zumba la curiganga,
mi negro,
¡Zumba!