María Teresa Vera: Primera y postrera

María Teresa Vera

Por: Frank Padrón.

Año 1935. Una dama misteriosa le dicta por teléfono sus versos: «Con qué tristeza miramos/ un amor que se nos va/ es un pedazo del alma/ que se arranca sin piedad». Y ella, la trovadora, les pone música, como a tantos otros que le llegan de esa misma persona, quien la ha obligado a un pacto inquebrantable: nadie debe conocer su identidad, que (como si ese velo se extendiera por el tiempo), hoy apenas conocen especialistas y estudiosos: Guillermina Aramburu.

El nombre de la otra, la que anota al teléfono, la que después ha bordado las palabras con su fino sentido musical, la que hiciera con ellos una preciosa habanera que ha recorrido el mundo, sí es bien sabido: María Teresa Vera, de Guanajay, de Cuba.

La «primera trovadora» le dicen todos, pero es mucho más, porque hay quien funda y se detiene, y posee el mérito indiscutible, cierto, de poner la primera piedra, pero sin avanzar en la obra. Ella, sin embargo, fue más activa que no pocos de sus colegas hombres.

Precursora del disco en Cuba, integró importantes agrupaciones (el Sexteto Occidente, que fundó; el conjunto de Nené Allué; el cuarteto de Justa García…); fue una excepcional voz prima que se acompañó a la guitarra, primero con Rafael Zequeira, y después con el segundo Lorenzo Hierrezuelo, junto al que recorrió la canción desde las primicias del siglo hasta Sindo Garay. Hizo radio, trabó amistad con los grandes del momento: Manuel Corona, su maestro, con quien dicen que cantó; Ernesto Lecuona…

Aunque se le ubica como embajadora de la canción, que sin dudas lidera, incursionó en otros géneros con igual brillo: el bambuco, la guaracha, la rumba, lo afro, el son… Además de la Aramburu, otros de sus letristas fueron Emma Núñez (la más sistemática) y González Ramos, pero también compuso mucho en solitario, sobre todo «contestaciones» (ʺNo puedo amarteʺ, a ʺVeinte añosʺ).

Dicen que su retiro prematuro del canto (fines del año 1933) se debió a razones religiosas: su santo, Oshún, le exigió tal sacrificio. En 1960, el gobierno revolucionario le asignó una pensión vitalicia y le brindó todo tipo de reconocimientos y homenajes.

Quedarse en su habanera emblemática es ignorar un caudal de sensibilidad plasmada en piezas como ʺCara a caraʺ, ʺNo me sabes quererʺ, ʺCon mi madre siempreʺ, ʺEs mi venganzaʺ, ʺEs mi sentenciaʺ, y tantas obras donde el desamor y la melancolía son la médula.

Ella fue la nota delicada que representó la mujer en medio de un panorama de ilustres trovadores, pero donde imperaba irremediablemente una perspectiva dominante, machista. Sin embargo, más allá del sexo, María Teresa es otro inmenso trovador, una artista cabal, prolífica, polifacética, dueña de ese aroma perdurable que, con mucho, trasciende los ʺVeinte añosʺ y llega a nosotros indetenible, con el sello de lo clásico.

NOTA EDITORIAL

Este texto, cortesía de su autor, Frank Padrón, aparece publicado en el libro de su autoría: Ella y yo. Diccionario personal de la trova. Editorial José Martí, 2014.