La alegría de la música bailable

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Casi todos los músicos tienen la tesis equivocada de que existen dos músicas “La buena y la mala”. En esa tesis entran, desde Chucho Valdés (cubano), hasta Dizzy Gillespie (estadounidense), dos genios del jazz. ¿Tienen esos músicos alguna ecuación matemática para saber qué es lo bueno y qué es lo malo en música?

Casi toda la música popular del mundo, en especial de las Américas: el jazz, el tango, los mariachis, el merengue, los ritmos cubanos, en sus inicios fueron catalogados como “música mala”. Ahora esas músicas son clásicas (vale decir ejemplares) y Patrimonio Inmaterial de la Cultura Mundial.

En el discurso de clausura del Congreso de Educación y Cultura de 1971, Fidel dijo que “lo importante de la cultura es su utilidad”. Entonces habría que considerar ¿qué es lo verdaderamente útil en la cultura? Lo tengo muy claro: Los Van Van y demás agrupaciones de baile popular son útiles porque dan alegría a las multitudes. Además de la alegría, algo tan importante: la salud mental y social.

No quiero decir que Beethoven y Mozart no ofrezcan alegría a sus oyentes. Pero, como dice el musicólogo Olavo Alén: «La contribución del Caribe al mundo está dada en una sola palabra por el sociólogo de Puerto Rico, Ángel Quintero, y es alegría: “El Caribe es una de las regiones que más alegría exportan al mundo”».

Olavo asegura que casi todo el que viene aquí, viene buscando alegría. “Cuando, por ejemplo, yo viajo a Alemania, no voy a buscar alegría, voy a buscar instrucción. Pero cuando el alemán viaja a Cuba, por lo general, viene a buscar alegría. Alegría que se manifiesta especialmente en la música. Pues el Caribe tiene las músicas populares más poderosas del mundo”. Eso que expone Olavo lo saben casi todos; pero los científicos y hombres inteligentes dicen que “Saber no es comprender”.

Si el turismo es la locomotora de la economía cubana, ¿cómo es posible que no cuente con especialistas capaces de discernir cuál es la música que debe colocarse y programarse en los lugares turísticos?

Un economista y conocedor de la música cubana, Lázaro Evelio Blanco, ha publicado un escrito acerca de la música que se programa en los centros turísticos, en la que no encuentra un conocimiento de nuestra música nacional.

Los programadores de la música del patio, en más de seis décadas no acaban de programar un diseño de bailes para la población, ni siquiera para los jóvenes.

Todos los sociólogos del mundo, desde nuestro José Antonio Saco, dejan plasmados en libros el peligro que entraña no mantener sostenidamente el entretenimiento, la “cultura de la alegría, del baile popular”.

Todos los momentos históricos de nuestro pueblo se enfrentaron con música bailable; incluso, Antonio Núñez Jiménez muestra en uno de sus grandes libros cómo los mambises en las prefecturas organizaban bailes después de las batallas y enterrar a sus muertos.

Si nos vamos hasta la colonia en tiempos de la esclavitud, se sabe que miles de esclavos salvaron sus vidas apoyándose como báculo en sus propias músicas venidas de tan lejos. Nicolás Guillén lo expone claramente al decir que “sólo sus bailes y músicas evitaron que se suicidaran en masas a consecuencia de la crueldad esclavista.

Todo esto que es tan claro pasa por alto en los investigadores, “especialistas” de la música y la cultura de hoy.

Mario Rivera, Mayito, en una de las presentaciones de Los Van Van, ante la presidencia expresó: “Hay que defender el baile cómo sea”.

Recuerdo cuando yo era joven que todos íbamos en masa en la búsqueda de las “fiestas de quince”, en lejanos pueblos de Bejucal, Quivicán, San Antonio de los Baños, por divertirnos con la música y el baile. Tampoco necesitábamos tomar ningún tipo de bebidas, en esas fiestas solamente se ofrecía un llamado “ponche” (cóctel de fruta).

Soy de los que hace votos para que el baile popular se organice en todas partes: centros de trabajo y estudio, los barrios, restaurantes –como se hace en todo el mundo-, paladares, parques, calles, avenidas populosas. Hay que detener al mundo para que la alegría nos levante en momentos tan difíciles como los que estamos pasando. Para el baile (la alegría del pueblo) todos los recursos hay que emplearlos. Todo para el fuego.

Hay que hacer una cruzada por el baile popular, ese que llevó a unirse a los padres de José Martí, ese en el que el propio José Julián (Apóstol de Cuba) acudía con sus hermanas para alegrar la vida de aquellos emigrantes que venían de muy lejos en busca de mejor vida.

Si Beethoven, Mozart y Chopin no se escuchan como debiera, por lo menos, nuestra cultura, la del Malecón para acá, tiene que estar asegurada, de lo contrario se debilitaría una de las más fabulosas y ricas músicas del planeta. Y, lo que es más importante, se perdería lo que el profesor Guillermo Rodriguez Rivera dijo en el programa de entrevistas de Amaury Pérez: “La música y el baile popular son el alma de la cultura cubana”.

ʺVen, ven, pa´ca, vamos a bailar un son…ʺ: