El hijo de un matrimonio de origen campesino, que llegó al mundo destinado a llamarse Severo Alberto Borges Abreu, se dedicó desde edad temprana a la siembra y recogida de berro, en suelos favorecidos o maltratados por el polvo de salitre con que de modo sistemático lo rociaba el viento del sur, al batir sobre la tierra desde el tramo de Mar Caribe que cubría el Golfo de Batabanó.
El cultivador y recolector del nutritivo vegetal solía además dedicar las jornadas vespertinas a capturar peces en las playas costeras y sus cercanías, para contribuir al sustento familiar. El esforzado mozuelo se apartó de ambos oficios, para extraerle sustancial jugo a su melodiosa y bien timbrada voz, con la cual forjó un duradero romance con el bolero y en sus brazos ascendió a un sitial de privilegio entre los boleristas del patio y del subcontinente latinoamericano.
En sus inicios por los veleidosos y sinuosos senderos del arte, los andares de Borges tuvieron matices similares a otros cantantes de la época: fiestas familiares y entre amigos; incursiones en agrupaciones lugareñas y el salto a la capital en procura de formaciones más reconocidas y, por supuesto, mejoras económicas. Este itinerario lo condujo a integrar la plantilla del conjunto, primero como suplente y luego como fijo.
Por estos grillos artísticos -fugaz y débilmente esbozados- inició el cantante su perdurable relación con el bolero, aquel cantar todo sentimiento, relatos musicales de amores y desamores que en ocasiones asemejaba más a requiebros del alma que efluvios ardorosos del corazón.
De esta suerte, Borges pasó a formar parte de un grupo de adorados boleristas que hicieron bullir de emoción a centenas de románticos también pusieron a llorar a seres lastimado por amores no correspondido o traicionados.
En esa elevada cresta de la escena bolerística nacional, además de Lino Borges -que ya en 1957 había sido rebautizado artísticamente- figuraron Vicentico Valdés, Tito Gómez, Ñico Membiela, los dos Orlando (Vallejo y Contreras), José Tejedor, Roberto Sánchez, entre otros. Esta galería fue aupada -valga recordarlo-por un formidable aparato mecánico, reproductor de discos de acetato llamado vitrina.
Aunque la forma de cantar Lino Borges los boleros -cualidad que le valió para ser llamado la voz romántica del género- fue fundamental en su arraigo en la preferencia popular, no puede soslayarse que en su camino encontró una pieza musical que definió su carrera como intérprete solista.
El tema en cuestión era una bella canción compuesta en tiempo de vals por el venezolano Homero Parra. Originalmente el título de la obra era «Mirna consentida», dedicada a una muchacha llamada Mirna, novia del auto musical. Por sugerencias de un empresario de origen cubano residente en Venezuela, se decidió el título para hacerlo más general. Desde entonces el tema fue conocido como «Vida Consentida».
Pero para que el número musical fuera cantado y grabado por Lino Borges y con el consentimiento de su creador, el vals de Homero Parra fue transformado en un bolero por el músico y arreglista cubano Joaquin Mendivel.
La mutación del vals en bolero, que mancomunó el fruto de tres sensibilidades artísticas devino éxito, que apuntaló la iniciación de Lino Borges como intérprete en solitario y fortificó el inacabable romance del cantante con el género