La música de Nicolás Guillén

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Tengo el alma hecha ritmo / y armonía, todo en mi ser es música / y es canto, desde el réquiem tristísimo / del llanto hasta el trino triunfal / de la alegría.

Antes de que descubriera su vocación para las letras ya se apreciaban en el niño Nicolás sus excepcionales aptitudes para la música. Hubiera podido dedicarse, con gran éxito, a cualquiera de las disciplinas de este arte. El ritmo se siente no sólo en sus versos, también en sus crónicas dedicadas a algunos de los más grandes intérpretes cubanos como Rita Montaner, Virgilio Diago, Brindis de Salas, Roberto Ondina, Ignacio Villa Bola de Nieve y Benny Moré.

Quizás sin pretenderlo, poesía y música, o música y poesía se integran en él como una sola, y fluyen con fuerza natural y verdadera.  Motivos de son evidencian que Guillén no sólo captó, como buen cubano, lo complejo de la cuadratura de los ritmos mestizos, sino también su esencia, algo que solo consiguen los genios en todo proceso creativo. Impresiona el estilo de su lenguaje eminentemente popular y, a su vez, culto.

No es extraño que sus primeros compositores e intérpretes fueran parte de la corriente afrocubana surgida en la década del treinta en Cuba. Ellos supieron asimilar la musicalidad de sus poemas. Se iniciaron en ese modo de componer los hermanos y compositores Eliseo y Emilio Grenet y el camagüeyano Jorge González Allué. Y, como intérpretes, los talentosos cantantes Rita Montaner y el propio Bola de Nieve.

Muchos son los compositores que poderosamente hechizados por el manantial de sonido, ritmo y creatividad, impuesto por la fuerza del poeta, han musicalizado a Guillén, no solo en Cuba; Ana Belén hizo celebre su poema ʺLa Murallaʺ.

Por todo el mundo se escucha hecha música aquella declaración del adolescente Guillén: “Tengo el alma hecha ritmo y armonía”.