In memoriam, Tata Güines

Tata Güines

En Güines, los rumberos son legión, declaró en una ocasión el musicólogo Helio Orovio. Ese favoritismo de los Dioses de la Música fue una auténtica bendición para el barrio Leguina, en tierras que otrora fueron abundantemente regadas por el río Mayabeque, en la actual provincia de igual nombre que la cuenca fluvial.

El músico güinero Raúl Cabrera León, compositor y productor, dijo acerca de esta zona cercana a su espiritualidad, lo siguiente: “Leguina es el barrio de Güines donde cotidianamente afloran la religión y la cultura, en cada uno de sus habitantes. La rumba, el cajón, la Santa Bárbara, son parte de su vida”.

Pero Leguina, además de clamores de cueros, toques de tambor, cajones, sartenes y otros objeto percutidos con ingenio y musicalidad, era (tiempo pasado), un lugar de misticismo mágico-religioso, adoración a Shangó, arraigadas conductas machistas, estereotipos sexistas, de bravucones, pendencieros, juerguistas y bulliciosos.

Esa atmósfera real maravillosa, carpenteriana podríamos decir, insufló las vivencias infantiles de Federico Arístides Soto Alejo, nacido en esta pintoresca barriada güinera, el 30 de junio de 1930.

De niño acostumbraban a llamarlo Tata, apelativo que se arraigó con el tiempo, al sumarse con la toponimia de la ciudad natal, para perfilar el sobrenombre artístico con el que se le reconoció en el mundo musical.

La infancia de Tata siguió los patrones habituales a los hijos de familias pobres y negras. Vedados para él, por las penurias económicas, los predios escolares, en muchísimas ocasiones tuvo que renunciar a los esparcimientos con la pita y el trompo, las pequeñas esferas cristalinas de diversos colores (llamadas aquí “caniques”) el cordel y las chiringas, la quimbumbia, y otros juegos, para tomar en sus manos el cepillo, el betún y la bayeta, el jubón de periódicos y revistas, el balde, el trapo y el jabón, implementos propios de los oficios ocasionales y mal pagados, con que intentaba auxiliar la economía hogareña.

Fue la suya una infancia sin matices diferenciadores a sus paraiguales de raza y clase social. El único beneficio que la vida le prodigó en edades tempranas, fue un padre tresero, tres tíos percusionistas y los sapientes consejos de una abuela, que le sirvieron para endurecer sus uñas, cuando se las dejó crecer y acariciaba con ella las pieles de los tambores, para provocar polirritmias y síncopas de novedosas sonoridades.

Tata Güines fue un músico empírico. “Yo nunca tuve un maestro”-testimonió. Y continuó diciendo: “…mis maestros fueron las esquinas, las cuatro esquinas, las calles…”. Sin embargo, tomó como ícono a Chano Pozo,de quien aprendió mucho de su arte y encontró las claves de un estilo propio.

A pesar de su condición de músico callejero, su talento natural le convirtieron en un gran innovador, imponiendo un sello en el arte de percutir los cueros, acción a la que supeditaba todo su cuerpo.

Sus composiciones más conocidas son: “Auxilio“, “Fanfarrón“, “Mami, dame el mantecado“, “No metas la mano en la candela“ y “Perico no llores más“.

Su virtuosismo fue apreciado en varias ciudades de los Estados Unidos, de la antigua Unión Soviética, en Puerto Rico, Panamá, Colombia, Venezuela, México, Montecarlo, Martinica, Suiza, Bulgaria. Hungría, Finlandia y España.

Federico Arístides Soto Alejo, alias Tata Güines, falleció el 4 de febrero de 2006, en el mismo pueblo que lo vio nacer, donde se mantiene encendida la llama de su legado musical.

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