En el vibrar de trompetas, tambores y saxos que invitan a bailar, se escucha todavía el eco de una revolución rítmica: la de Dámaso Pérez Prado, el hombre que transformó la música cubana y latinoamericana para siempre.
Sus notas devinieron emblema de seducción, fiesta y mestizaje cultural; sus orquestas, en templo de un cuerpo que no podía dejar de moverse. Desde el piano, su batuta creó un puente entre La Habana, Ciudad de México y el mundo.
Nacido el 11 de diciembre de 1916 en la provincia occidental cubana de Matanzas, fue pianista, compositor, arreglista y director de orquesta. A mediados de los años cuarenta se instaló en La Habana, donde trabajó con orquestas como la Sonora Matancera y la Orquesta Casino de la Playa, antes de trasladarse en 1948 a Ciudad de México, ciudad que lo adoptaría como su hogar artístico.
Allí, rumbo a los años cincuenta, dio forma definitiva a su estilo: una exuberante big-band criolla, con vientos potentes, percusión vibrante, bajos profundos, y su sello característico —gritos, gruñidos y energía escénica— que convertían cada concierto en una experiencia inmediata e irresistible.
Aunque no fue él quien inventó el mambo, Pérez Prado constituye su mayor difusor internacional. Con su orquesta popularizó piezas como “Mambo No. 5”, grabada originalmente en 1949 y lanzada en 1950, y otras explosivas composiciones, como “Qué rico el mambo”, “Mambo No. 8”, “Patricia”, “Cherry Pink (and Apple Blossom White)”, versión mambo que alcanzó éxito internacional en 1955.
Estas canciones hicieron que los salones de baile de Nueva York, Los Ángeles, Ciudad de México y muchos otros rincones del mundo comenzaran a “temblar” con un ritmo nuevo, vibrante, caribeño y cosmopolita.
La fama encumbró a Pérez Prado como el Rey del Mambo, pero también lo convirtió en el símbolo de una época: la del mambo-mania que rompió barreras culturales y raciales, llevando la música afro-cubana a los oídos de públicos de todas las latitudes.
Pérez Prado murió en Ciudad de México el 14 de septiembre de 1989, dejando un legado imborrable. Pero su música sigue viva: cada trompeta, cada piano, cada percusión que suena al ritmo de mambo lleva su nombre. Hoy, al escuchar “Qué rico el mambo” o “Mambo No. 5”, sentimos su presencia: la huella de un hombre que, con humor, talento y arrojo, puso a bailar al mundo.
Foto: Tomada de Cubanos Famosos
