Cuando el 6 de abril de 1930 nació en Santiago de Cuba una robusta niña a la que nombraron Celeste, nadie imaginó que, con ella, comenzaría un camino único para la música cubana, a partir de la segunda mitad del siglo XX. Celeste Mendoza Beltrán, años más tarde bautizada como la Reina del Guaguancó, rompería moldes y pondría a la mujer en el centro de un género que identificaba más a las figuras masculinas de su época.
Pero no fue así desde el inicio de su carrera; el proceso sucedió casi de forma accidentada. Llega a la capital con 13 años, participa en un programa de radio para aficionados, e integra una pareja de baile con su primo; logra así perfilar esa vocación de bailarina popular, y puede trabajar en reconocidos lugares con diferentes proyecciones artísticas, desde los famosos night clubs de la playa Marianao hasta el Teatro Martí.
Siguiendo con su pasión por el baile, se incorpora a Tropicana, pero poco tiempo después descubre la que sería su gran profesión: el canto. Ya a finales de 1951, y bajo la dirección del pianista y compositor Facundo Rivero, integró un cuarteto vocal con su hermana Isaura, en el cual también estuvieron Omara Portuondo y Gladys León. En esta nueva faceta artística de Celeste cabe destacar su colaboración con Ernesto Duarte, el mismo cuya orquesta tuvo a Benny Moré como cantante, y que era uno de los músicos de mayor demanda en Cuba y en México. Por tal razón, no puede afirmarse que la joven solista dependiera solo de su suerte para lograr consolidarse entre las más carismáticas cantantes de su tiempo. Precisamente es junto a Duarte y su orquesta que comienza todo un complejo y novedoso sendero musical de transgresiones genéricas, al incorporar, a casi todo su repertorio el guaguancó como motivo musical. Es decir, es en este momento cuando Celeste, cantara lo que cantara, lo haría bajo las guías y los conceptos de ese género musical cubano.
¿Pero qué la hacía tan diferente y genial a la vez? ¿Cómo pudo una mulata lograr tal hibridación musical en aquellos tiempos? Celeste tenía una gracia única, comparable tal vez con nombres que enaltecieron no solo a la mujer cubana, sino a todo un enigmático proceso de predisposición musical que hoy miramos con mucho asombro. Figuras como Rita Montaner, el Benny o Miguel Matamoros, entre muchísimos más, son equivalencias sonoras de Celeste en cuanto a talento, tenacidad y aportes concretos a nuestra música, y en todos hay coincidencias interesantes que los convierten en únicos.
Sin duda, el legado y la diferenciación estilística de Celeste son poder cantar o rumbear como nadie lo había hecho antes, matizada por su sabia hibridación del lenguaje popular con la rumba como expresión vívida de una cultura subyugada, a la vez que casi desconocida para la gran mayoría de los cubanos de entonces. Su gran mérito fue, también, darle voz al embrión de un estilo que nació con ella y que se entronizaría, rápidamente, en el gran torrente de nuestra cultura musical. Con Celeste se inició la gran leyenda que hoy inspira a muchas mujeres músicos en Cuba.
Fuente: Granma