Fue aquel grandioso día de luz cuando se abrieron balcones a la esperanza, caminos al porvenir y una misma canción salió de las gargantas de todo un pueblo rebelde, digno, fiel.
La música de entonces no acabó de sonar. Los tambores, trompetas, las cuerdas de una orquesta inmortal tuvieron un preludio y jamás un final. Y ese cantar tan alto, de voces alegres, puras, se adornó de banderas, de barbas y fusiles de paz, de niños y hombres ricos en amor y justicia.
Era enero y todo comenzaba: el primer día, el sol, la vida tras una melodía. Se empinó el gallo desde su lomerío y los cláxones anunciaron la libertad de todos.
Armónico y entusiasta se escucha el sonido infinito que inunda la tierra, el mar, el aire. No ha tenido silencios, solo tonos más tenues para horas inciertas de meditar y arder.
Cantos de bríos, de héroes y verdades. El pentagrama concilia las notas musicales para que no falten el valor, la risa, la hermandad.
Es Cuba por siempre, la del alba radiante y afinada de gracia y criollez, de negro, blanco, mulato sandunguero, de varones y hembras.
De cencerros y cueros se llena la jornada, que trae vivas a este concierto de nuestro enero y su líder eterno.