Antonio Torroella y los sonidos de la música cubana

Antonio Torroella

Sucede en la música cubana  –como en otras partes del mundo– que existen nombres de figuras de relevancia que aparecen como emboscadas en los meandros de la llamada “más bella forma de lo bello“ (José Martí). Tal es el caso de Antonio Torroella (1856-1934), alias Papaito.

Nació Torroella para la música popular de la Isla en momentos álgidos de reacomodos y reajustes, proceso signado por la síntesis y decantación de elementos instrumentales de las agrupaciones de música bailable –las orquesta típicas en primer término– y la emergencia de los sextetos de son.

Para justipreciar en su verdadera magnitud lo que significaron estos cambios y el impacto de ingeniosos y osados talentos como los de Papaito, conviene recordar que el instrumental de las orquestas típicas lo conformaban dos clarinete en si bemol, una flauta de cinco llaves, un cornetín, un trombón de pistones, un figle, dos violines, un contrabajo, timbales y percusión cubana.

El sonido de la orquesta típica, también conocida como orquesta de metales, era muy estridente  y ya en la década del veinte del pasado siglo se produjo un cambio importante con el tránsito de la orquesta de metales a la charanga francesa: piano, dos violines, flauta de cinco llaves, pailas, güiro y contrabajo. 

Las flautas y las cuerdas reemplazaron a los instrumentos de metal y de viento de la orquesta típica, con lo que se alcanzaba un sonido más ligero. 

En este paisaje sonoro irrumpió el pianista matancero Antonio Torroella. Su aprendizaje musical fue autodidacta, pues tocaba de oído. Se afirma que ya en 1894 dirigía su propia orquesta, que hizo bailar a la alta sociedad habanera interpretando contradanzas, danzones y valses, la mayoría de ellos de su autoría.

 Tal fue el éxito de esta agrupación, que en 1906 se comenzaron a grabar en la técnica de cilindros Edison, títulos como «Saratoga», «La peseta enferma», “La Rapsodia”, “Cabañas”, “El Tibis“ y «El té japonés». 

Dicha formación contó con músicos como David Rendón (violinista), Faustino Valdés (flautista), Evaristo Romero (contrabajista), además de un segundo violinista y un güirero, todos bajo la dirección de Torroella al piano.

Estudios de indagación histórico-musical suponen que la orquesta Torroella fue la primera formación tipo charanga francesa que trabajó en La Habana y la primera  agrupación de este tipo que incluyó un piano, considerando que en Matanzas, ciudad natal del músico, ya sonaban así desde algunas décadas atrás. 

Las innovaciones de este original músico lograron reducir en algo la estridencia que amenazaba conquistar la sonoridad musical cubana de entonces, coloreando el espacio con un sonido más grato y placentero que el de las orquestas de metal, dulzura intrínseca que se manifestaba en la elegancia sublime de un danzón o en la acometida rítmica de un son.

Sin embargo, la mayor prueba de intrepidez de Torroella –a mi modo de ver– fue reducir su formación a tan sólo cinco o seis instrumentistas, lo que se considera por los estudiosos el alumbramiento de las primeras charangas, aunque en ese momento aquel tipo de formación aún no se había bautizado con tal nombre y en general hasta ese momento fue denominado el Sexteto Torroella.

De tal modo, puede considerarse que su iniciativa fue el primer escalón en la formación de los sextetos y septetos de son.

Torroella vivió hasta sus 78 años. Al fallecer quedó inmortalizado como uno de los forjadores del fenómeno de las charangas y su legado amerita no ser sepultado por el polvo del olvido.

Foto: Tomada de Facebook

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