Cuando se habla de la historia y evolución del bolero, tanto en Cuba como a nivel regional, siempre hay que acudir a uno de nuestros más carismáticos cantantes: Vicentico Valdés.
Su portentosa voz no solo estuvo ligada al mencionado género, sino que también cantó sones, guarachas, afros, canciones y hasta danzones, todo lo cual serviría como sedimentación musical de un estilo único y, por diversas razones, irrepetible.
Su linaje musical le allanó una parte del camino que emprendería; algunos de sus tíos, así como dos de sus hermanos (Marcelino y Oscar), fueron percusionistas; aunque su mayor motivación en el canto vendría de la mano de otro hermano, en este caso Alfredito, quien era un popular cantante con gran influencia sobre él.
Vicentico falleció el 26 de junio de 1995, en Nueva York, y tuvo el privilegio de desarrollarse en una de las épocas más sobresalientes e híbridas de nuestra música; de un lado, el auge y la renovación del son desde 1925, con el Trío Matamoros, que fue complejizándose con la aparición del sexteto, luego el septeto, y más tarde el conjunto. Del otro, las grandes orquestas de formato jazz bands florecientes en Cuba desde la década de los años 30; y, por último, y dicho de forma apretada, las orquestas de tipo charanga, que pronto harían evolucionar el danzón.
Precisamente en esa ebullición sonora descuella Vicentico, quien integró –a la vez que iba adquiriendo más dominio interpretativo de cada género– algunos de esos reconocidos arquetipos musicales referenciales de nuestro país: fue cantante del Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro, de la Charanga de Cheo Belén Puig, y de la Orquesta Cosmopolita, esta última una jazz band que se disolvió con los años.
Su paso por estas agrupaciones, muestra de su versatilidad y carisma, marcó el comienzo de una etapa de consolidación estilística que lo definiría como artista.
Tal fue su fama que, a mediados de los 40, viajó a México, donde firmó contrato para grabar con la firma Peerless, y dos años después a Nueva York, en el que laboró con la disquera Seeco; y no solo como artista exclusivo o figura de moda, pues en esa ciudad trabajaría con las importantes orquestas puertorriqueñas de Noro Morales y junto al célebre pailero Tito Puente.
También canta y graba en esa urbe con Chico O’Farrill, Mario Bauzá, Orlando Vallejo, Panchito Riset y Antonio Machín, entre otros; trabajos que podemos enmarcar como antecedentes directos de la creación de su orquesta en 1954, la cual nació gracias a su fama y a la necesidad de un acompañamiento propio para su ductilidad musical.
Vicentico en esta etapa ya había afianzado una peculiar forma de abordar el bolero con acompañamiento de orquesta, sonoridad que fue perfilando con el tiempo, y que le permitió experimentar con varias tipologías, hasta decantarse por un sonido específico y de moda durante varios años pero que, a partir de los 50, tendría un peso mayoritario en Cuba, la llamada gran orquesta.
En ella, el peso armónico no recaía solo en el piano o en el contrabajo, sino también en una sólida cuerda de instrumentos de viento metal, tales como trompetas, saxofones y trombones, razón por la que comúnmente ya se les nombraba en plural, metales, expresión que llega hasta hoy.
De su melodiosa voz, su histrionismo y gesticulación escénica, así como de su gran repertorio conformado por boleros y canciones del feeling, nuestra música y sus referentes musicales no podrán desprenderse jamás.
Fuente: Granma
Foto: Archivo de Granma