En la ribera de un niño prodigio 

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En el artículo “Músicos, Poeta y Pintores”, José Martí aludió a los niños que maduran antes de la edad: «Se van como vienen», es decir, «que parecen prodigios de sabiduría en sus primeros años», pero que «quedan oscurecidos en cuanto entran en los años mayores». También refirió que hay niños «que logran salvar la inteligencia de estas exaltaciones de la precocidad». Y agregó: «En los músicos se ve esto con frecuencia, porque la agitación del arte es natural y sana y el alma que la sienta padece más de contenerla que de darle salida». 

Andrés Echevarría Callava, conocido como NIño Rivera en el mundo artístico cubano, fue un niño prodigio, aunque oficialmente nunca fue reconocido como tal. No parecía que necesitaba maestros para aprender. Creció en un ambiente familiar lleno de tocadores de tres, guitarras, marímbulas, bandurrias y acordeones. De ahí que quedara prendado tempranamente con los encantos de la música. Su primer juguete fue un bongó hecho por él mismo con dos laticas de leche que percutía imitando al bongosero del septeto al que pertenecía su tío Nicomedes y los sonidos que escuchaba del Septeto Habanero. 

Se cuenta que de niño comenzó a extraerle acordes a las cuerdas del tres de su tío, un instrumento que casi le doblaba en tamaño. El travieso infante cogía el tres cuando su tío salía para el trabajo y se escondía debajo de la cama para pulsarlo, donde nadie lo viera, pero sí le escuchan, por lo que su tío le sorprendió un día bajo el indiscreto refugio. Para apaciguar sus ánimos, o tal vez para avivarlos, Nicomedes le llevó esa misma noche a los ensayos del Septeto Caridad, para que demostrara lo que sabía hacer. El niño no se achicó y al cabo de un breve tiempo, fueron los propios integrantes del septeto quienes aconsejaron al tío pasar a dirigir la agrupación y al sobrino lo colocara como tresero titular. 

Desde esos años comenzó a ser llamado El Niño, en referencia a la temprana edad en que comenzó su destaque en el ámbito musical de Pinar del Río, su provincia natal. Ya en esa etapa de su vida, como recordará Andrés Echevarría años más tarde, se aficionó a orquestar empíricamente las piezas del repertorio del septeto. En esa empresa, el Niño Rivera comenzó a escuchar y analizar composiciones de músicos estadounidenses, a través de bandas sonoras de filmes de esa nacionalidad, entre ellos George Gerswing, Irvin Beiling, Beny Goodman, Artie Shaw, Duke Ellington y otros. Bajo ese influjo, adaptó algunas de sus fórmulas para darle una mayor universalidad a sus arreglos. Al propio tiempo, experimentaba con su instrumento combinaciones de acordes y escalas; apoyándose más en la cadencia que en la velocidad, logró crear una sonoridad diferente. 

Otro gran trasero cubano, Francisco Pancho Amat, dijo de él que con solo tres sonidos logró dar la imagen armónica ofrecida a base de talento. Fue por las notas extrañas al acorde, bordeando, tejiendo la periferia, y nunca por la triada central, como sería normal. Y concluyó Amat: «Creó otro estilo de exótica sonoridad». 

Andrés Echevarría Callava, más conocido como El Niño Rivera, nació en Pinar del Río el 18 de abril de 1919 y falleció en La Habana, el 27 de enero de 1996. 

 

Foto: Tomada de Vintage Music 

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