La música tiene grandes adeptos entre los artistas de la plástica. Vicente López Correa es uno de ellos. Se confiesa apasionado de la música y, como instructor de arte, en sus clases no puede faltar.
Lopito, como todos lo conocen, tiene un taller de enseñanza práctica de las Artes Plásticas denominado René Portocarrero, en la localidad habanera de Marianao. Allí, además, comparte con sus alumnos gustos estéticos y proyectos, mientras escuchan una selección de temas de autores cubanos y foráneos, que tiene el sello de la exquisitez sonora de un verdadero melómano.

Hasta el sugerente espacio donde prevalece el rigor profesional y la familiaridad colectiva, llegó Radio Cadena Habana a conversar con este versátil hombre.
Antes de ser profesor, usted tenía ya gran prestigio como artista de la plástica en nuestro país. ¿Cómo recuerda sus comienzos en esa disciplina?
Si miro hacia atrás, me veo hace medio siglo como caricaturista en el semanario Palante. Allí desarrollé mi talento durante algún tiempo. También participé en la realización del filme de animados Vampiros en La Habana. Pero nunca he dejado de hacer mis propias piezas de pintura y escultura. He participado en diversas exposiciones y he impartido clases de arte cubano en universidades estadounidenses. Hoy me siento honrado por los premios y distinciones conferidos en mi país, entre ellos: La Giraldilla, la Gitana Tropical y en mi terruño de Marianao también he sido reconocido recientemente, al dedicárseme, junto a otros creadores, la Semana de la Cultura.
Usted ha sido muy reconocido como artista de la plástica durante toda su vida en diferentes eventos. ¿No obstante, ha mantenido su trabajo como instructor?
Creo que en el arte nadie se las sabe todas. Por eso necesito dar clases. En esa interacción he aprendido muchísimo de mis alumnos. Para mí es una alegría recibirlos en el taller, donde siempre escuchamos música. No faltan en este pequeño espacio el arte sonoro de Chucho Valdés, Juan Formell, Boby Carcasés, Bola de Nieve o Gonzalito Rubalcaba. Tengo organizada una metodología para que cada sesión se vincule a un conversatorio ético, estético y práctico. Y le aseguro que aquí se trabaja mucho.
¿Qué requerimientos se necesitan para matricular en sus clases?
No soy exigente. Admito personas entre 8 y 60 años de edad. Llegan con intereses diferentes, todos prueban sus capacidades. Y le digo que tengo alumnos regados por el mundo que me agradecen por lo aprendido. Han salido muy buenos artistas, pero también otros no han mantenido la disciplina diaria y han preferido no continuar.
¿Cómo transcurre cada jornada en su taller?
Quienes me conocen saben que soy apasionado de la poesía, la música y otras artes. Para mí es vital mantener una atmósfera natural donde la clase sirva para expresar las opiniones más disímiles. Poco a poco todos van dejándose influir por las sonoridades que me gustan y que les propongo. Recorremos algunos barrios y otros sitios de interés. Los estudiantes van mezclando ideas junto con los conocimientos prácticos. Luego los van reflejando en sus piezas.
Una de las características de su taller es que los alumnos se dan a conocer en muestras colectivas. ¿Qué características tienen esas exposiciones?
La primera surgió como punto de partida para una idea que volveré a retomar. Fue muy importante para los alumnos porque tuvieron el honor de ilustrar la segunda edición del libro La jícara de miel, de Excilia Saldaña, una poetisa cubana fundamental ya fallecida. Mi norma es una muestra anual para que todos expongan y lo hago en distintas instituciones de la ciudad.
¿Se siente satisfecho Vicente López Correa con sus resultados como instructor de arte?
Yo le digo que en el taller se respira ganas de aprender, pero también mucho desenfado. Es esto lo que ha permitido que quienes han llegado sin ningún tipo de conocimiento, se han vinculado al colectivo y poco a poco han descubierto sus propias capacidades. Las clases son completamente gratuitas, pero para mí tienen un valor inestimable, al ver cómo los individuos comienzan a interesarse por ser más cultos. Puedo asegurarle que más que un taller de artes plásticas, es un taller humanista.
Melodía tras melodía, las manos y pinceles ilustran sueños, ideas, imágenes. Ellos crean y crecen guiados por un profesional que gusta tanto de “Veinte años”, de María Teresa Vera, como de “Imagine”, de John Lennon.