Pianísimo Romeu 

Mario Romeu González

Cuando lo veo, en una imagen concebida para el recuerdo, sentado frente al piano, rostro adusto, concentrado, vestido de traje negro, de cuello y corbata, nonagenario, acompañado del abolengo ilustre y la aureola de una sólida dinastía musical, que acaparó, y acapara aún, el elevado reconocimiento de crítica y público, confieso que no logro visualizar a Mario Romeu González (1924-2017) en la edad de la inocencia, como un párvulo común y corriente. 

Lo imagino rodeado de blancas, corcheas, fusas y redondas. Su lengua materna debió ser la música. Sus juguetes preferidos. las marfiladas teclas de un piano y las hojas de papel pautado, que su padre, su tía, sus hermanos, dejaban reposar en cualquier parte del hogar. 

Esta fantasiosa visión no está perfilada en desmedro de los naturales placeres de una niñez bordada por las amorosas voluntades de sus progenitores, coronada por un armonioso ambiente hogareño. 

Aún no cumplía los 4 años, cuando Mario Romeu tocó el piano a cuatro manos con su padre en el Teatro Nacional. Desde su primera actuación la prensa lo catalogó de «niño prodigio».  

Mario Romeu estudió con su padre Armando Romeu Marrero, con su hermana, Zenaida Romeu, y con el pianista soviético Jascha Fischermann. 

Con once años interpretó a Mozart y a sus doce años realizó una gira por treinta y seis ciudades de Estados Unidos interpretando el Concierto No. 2 para piano y orquesta de Beethoven y la Fantasía Húngara de Liszt. Esto le valió una beca para el afamado conservatorio Curtis, de Filadelfia y cultivar una intensa carrera, que interrumpió al sentir nostalgia por el remanso familiar. 

Pianista, arreglista, director orquestal, pedagogo, Mario Romeu formó parte de la Banda de la Marina de Guerra, lo que influyó en su formación junto a un profundo conocimiento de la música y los compositores del clasicismo.  

Fue concertista, pero también tocó jazz con la orquesta de su hermano Armando en Tropicana, y al inaugurarse la televisión en Cuba, fue director de su orquesta junto a Alfredo Brito. Por muchos años dirigió formatos orquestales y acompañó a grandes de la música cubana dentro de la televisión.  

Su sonido fue descrito por músicos ilustres como único: «acariciaba el piano, no parecía percutirlo». Su estilo inconfundible carga linaje cubano y alcance universal, aseguran. 

Jesús Chucho Valdés, reconocido jazzista, ganador de varios Premios Grammy opinó: «No he oído a nadie en el mundo…¡a nadie!… con un sonido tan hermoso y parejo como Mario Romeu». Por su parte, Frank Fernández Tamayo, cimera personalidad de la pianística cubana, agregó que «tocaba la música clásica como el mayor de los concertistas». 

No obstante, todos sus atributos, nunca registró un fonograma con la amplia obra que durante tantos años acumuló tras tocar cada día en teatros, auditorios, los estudios de la Radio Cubana, ni su inolvidable colaboración para el cine cubano.  

Precisamente, para el cine escribió su nostálgica “Canción de Rachel”. Sobre esta pieza musical, la musicógrafa Rosa Marquetti Torres comentó: «Nadie como él, un profundo conocedor de la época, habría podido escribir la música para un filme como La Bella del Alhambra, dejando una de las bandas sonoras más trascendentales del cine cubano». 

Maestro de maestros, Mario Romeu González falleció a los 92 años, el 8 de enero de 2017, pero según escribió Silvio Rodríguez: «Todavía seguro anda por algún discreto rincón del universo, llenándose de música como un gran agujero luminoso tragador de energías, preparando nuevos deslumbramientos». 

 

Foto: Tomada de la Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano (Endac

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