Para nadie resulta un secreto que Manuel Corona (Caibarién, 17 de junio de 1880 / La Habana, 9 de enero de 1950) se incluya en la nómina de los cuatro grandes de la canción trovadoresca cubana, junto a los santiagueros Sindo Garay (autor de ”La tarde, Perla marina”, ”Mujer bayamesa”…), Alberto Villalón (”Boda negra”, ”La palma herida”, ”Me da miedo quererte”…) y Rosendo Ruiz (”Falso juramento”, ”Confesión”, ”Presagio triste”…).
Sin embargo, a pesar de la popularidad de sus compañeros, posiblemente Corona es quien más ha perdurado a través de algunas de sus canciones, dueñas de un excelente encanto literario y sonoro que por demás llevan por título nombres de mujer. Ellas son ”Mercedes”, ”Aurora”, ”Santa Cecilia” y de manera especial la muy popular ”Longina”, de 1918, cuyo nombre lo lleva el Festival de la Trova que cada año tiene lugar en Villa Clara.
La capacidad de composición de Manuel Corona aun sorprende a quienes han seguido por años su catálogo compositivo y aquellos que con el tiempo lo han descubierto. Hijo de padre mambí, nació en la Villa Blanca de Caibarién, aunque todavía adolescente, hizo sus maletas y viajó a la capital en busca de mejores oportunidades, como base para un futuro acorde con sus aspiraciones.
En sus inicios, como todo recién llegado a La Habana, sus aciertos en el mundo de la música fueron escasos, lo que hizo se desempeñara en otros menesteres vinculados con el taller de cigarros La Eminencia, como forma de supervivencia. Allí con el paso del tiempo devino en un torcedor de tabacos notorio, sin dejar atrás sus deseos de entrar al universo musical.
En 1900 la musa creadora de Corona, a pesar de contratiempos y vicisitudes, llegó con el bolero ”Doble inconsciencia” y dos años después ocurrió en Santiago de Cuba, uno de los acontecimientos más importantes del compositor, su encuentro con el maestro José Pepe Sánchez, uno de los primeros cultores del bolero, considerado padre de la canción trovadoresca cubana. Con el ojo certero de los grandes músicos sentenció a Corona: ¡Serás algo notable!
El juicio de Pepe Sánchez quizás incentivó a Corona que pronto estableció relación con Sindo Garay y sus hijos Guarionex, Hatuey y Guarina, quienes, influidos por su padre y el contexto rítmico, estaban imbuidos en la creación musical, matizada por la devoción hacia la hoy llamada vieja trova o trova tradicional.
Con la guitarra como su mejor aliada, la mujer, el amor, y el desengaño, como pretextos compositivos, Manuel Corona llegó a Longina seductora, cual flor primaveral y con posterioridad a las contestaciones hechas a sus contemporáneos, juglares también.
A ”Gela hermosa”, de Rosendo Ruiz, respondió Corona con ”Gela amada”; a ”Timidez”, de Patricio Ballagas, contestó con ”Animada”; a ”Rayos de oro”, de Sindo Garay, replicó con ”Rayos de plata”; a Jaime Prats, autor de ”Ausencia”, él contrapuso ”Ausencia sin olvido”; a ”Ella y yo” (conocida por ”El sendero”), de Oscar Hernández, respondió con ”Tú y yo”.
Aunque estas contestaciones han sido analizadas por especialistas de diferentes maneras, los criterios más recurrentes convergen en que fueron el resultado de la admiración y la rivalidad jovial entre los autores, y una práctica habitual entre los compositores del periodo.
Manuel Corona fue un excelso admirador de la mujer y de la música, por esa razón encontró un punto de confluencia entre ambas. Su repertorio se alimenta de otras canciones como ”Adriana”, ”Graciella”, ”Confesión a mi guitarra”, ”Una mirada”, ”Las flores del Edén”, las guarachas ”Acelera”, y ”El servicio obligatorio”, entre otras.
Su obra no se limitó a ser escuchada en radio, bares o cantinas, se utilizó en la película mexicana La bien pagada, de 1948, dirigida por Alberto Gout y protagonizada por María Antonieta Pons y Víctor Junco.
Pese al triunfo, nuestro bardo villaclareño, bohemio, noctámbulo y rebelde, rechaza cualquier desempeño que pudiera representar ataduras a su libre expresión musical o que restringiera su modo de vida. A pesar del paso del tiempo sus canciones, avaladas por un extraordinario lirismo, permanecen vivas en la acción renovadora de las sucesivas trovas, la nueva, la novísima, la postrova, o cualquier otra expresión musical existente cuyos patrones se descubren continuadores de una obra que enriqueció el patrimonio sonoro de la mayor de las Antillas.