La prodigiosa alma cubana de Ernesto Lecuona

Ernesto Lecuona

Las manos prodigiosas y los ojos dulces e inteligentes llenaron partituras que encontraron la esencia musical cubana.

Aunque vivió muy poco tiempo en Guanabacoa, el nacimiento de Ernesto Lecuona en la singular villa habanera, marcó su apego al alma mestiza de su patria, igual que la enseñanza criolla, rebelde y humana de sus padres.

El más pequeño hijo de un connotado periodista canario y una matancera muy liberal, creció unido al arte sonoro y a los cinco años de edad asombraba su ejecución maravillosa del piano en su primer recital, tanto como aquella pasión por expresarse mediante el pentagrama.

Su vida y obra tienen las páginas de mayor audacia de un músico nacido en La Mayor de las Antillas. A seis décadas de su muerte y casi 130 años de su llegada al mundo, es considerado el más universal de los compositores criollos, quien también constituyó ejemplo de elegancia, honestidad, sensibilidad.

Fue Lecuona un talentoso renovador, pionero en llevar lo afro al teclado con sus famosas danzas, iniciador de la romanza cubana, a los trece años se dio a conocer como autor musical y a los dieciséis se graduó con medalla de oro en interpretación en el Conservatorio Nacional de La Habana.

La extensa lista de lieder o canción lírica breve, de piezas para la pianística y de creaciones para el teatro musical revelan no solo su virtuosismo, también sus muchos aportes a la espiritualidad de la nación con hitos que marcaron la escena y abrieron el camino a futuras estrellas.

Sentir como suena una típica comparsa y no hacerla sonar con un tambor ni trompeta, sino con las teclas de su piano, resulta elocuente modo de entender el alma de Ernesto Lecuona, tan cubano como José Martí.

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