Hay una cierta zona de la música cubana, que abarca todos sus géneros y estilos, que por norma general muy pocos ponderan. Lo habitual en estos tiempos, tanto en nuestra música como en algunas otras que disfrutamos y consumimos en mayor o menor medida, es que la preponderancia y los créditos del triunfo se reflejen en quien la interpreta y se ignore olímpicamente dar el crédito a su compositor.
Otra particularidad de estos tiempos, en que ausencia de buenas y notables canciones es un mal extendido como la mala hierba, es la reducida capacidad creativa y espiritual de aquellos que dizque componen canciones. No se trata de estar atados a un pasado glorioso; se trata de que el pasado, en este campo en particular, se ha vuelto insuperable.
Y es que el asunto de hacer buenas canciones, de entender esa cualidad de “…estado de gracia emocional y humano que está en franca comunión con el buen decir…”, como definiera el gran compositor mexicano Agustín Lara; ha dejado de ser un buen don para convertirse en toda una industria capaz de validar aquello que alguna vez consideramos improbable se llegara a cantar. El cobro de las regalías está por encima de la creatividad, del buen decir y hacer con un sentido lógico.
La raza de los buenos autores de canciones, de ese alquimista del verso que habrá de conmovernos al hacer suyos nuestras alegrías, penas y sueños, está en peligro de extinción; y no es una consecuencia lógica del cambio climático, es fruto de la renuncia social al uso de la poesía como medio de expresión.
Así pienso mientras vuelvo a escuchar parte de la obra del compositor cubano Germán Nogueira; a quien muchos consideran, hoy por hoy, uno de los pocos compositores cubanos en el que se funden tres de las corrientes más importantes de la creatividad musical cubana: vivencias, experiencia musical y una infinita capacidad para entender los sentimientos humanos.
En él confluyen determinadas influencias y tendencias que son fundamentales dentro de la evolución musical cubana del último siglo y los comienzos de este. Si se analiza acuciosamente su obra autoral se podrá notar la impronta de algunos notables compositores de los años cuarenta que dibujaron el modo de hacer la canción y el bolero cubano, tal y como han llegado hasta nuestros días; pienso en el modo de tratar las imágenes por autores de la talla de Orlando de la Rosa o Felo Bergaza (solo por citar dos nombres imprescindibles). Hay momentos en que suscribe en sus canciones esa libertad creativa que aportó el filin (en su caso particular el trabajo armónico conceptual de un Ñico Rojas o un Ángel Díaz son presencias recurrentes). Y no debemos olvidar esa renovación que trajo en los años sesenta del pasado siglo Armando Manzanero, a quien por momentos recurre en la combinación de ideas en las que cierto surrealismo tropical asoma en muchas de sus canciones, sobre todo aquellas de un corte más intimista en las que se desgarra como ser humano (quién olvida aquello de que “…la semana tiene más de siete días…”).
Sin embargo, es innegable que Germán Nogueira es hijo de la nueva trova en muchos aspectos; y es que fue en ella en la que comenzó su trabajo autoral, siendo parte de lo que algunos llamaron la segunda ola y de la que muchos nombres han sido excluidos a fuerza de encasillar a los más notables o al menos más reconocidos o publicitados. En el caso de Germán, su gran pecado fue subordinar su talento y energías a la carrera de Anabell López, quien de hecho es una de sus primeras musas profesionales y a quien le debe una gran amistad (un caso similar al del bajista Eduardo Ramos y su relación profesional/personal con Pablo Milanés).
Mas la nueva trova pudo suponer una limitante a su creatividad, incluso a la expansión de su obra. Fue entonces que apostó por sumar a aquellos cantantes, conocidos o debutantes, capaces de entender su pensamiento, de ser parte de cada una de sus canciones y mostrar que sus potencialidades creativas podían cubrirse de otros matices. Fue entonces que se adscribió al oficio de escritor de canciones, que es un estadio superior al de un simple compositor; pues este paso implica producir en función de y para la proyección de un cantante o intérprete determinado.
Tal paso fue a contracorriente con la visión que de la música cubana se estableció en los años noventa y posteriores, en que el papel del compositor per se fue sustituido en casi su totalidad por los directores de orquesta en su gran mayoría o se acudía a la subrogación de obras de dudosa calidad en nombre de una popularidad que era necesaria mantener a toda costa.
Germán Nogueira aún siguió creyendo en la canción y nunca dejó de pensar que había para ella una segunda oportunidad, no importa que los años dorados de esa forma de hacer hubieran quedado en un pasado cercano; había mucho mundo más allá de los espacios que fueron quedando reducidamente en la Isla.
Así fue construyendo y reinventado ciertas zonas de su obra autoral que comenzó a trascender los estrechos marcos del momento. Unas veces apoyado en amigos –su relación de trabajo y personal con el cantante Miguel Ángel Céspedes en una etapa fue parte importante de su carrera en estos años— y otras jugando el papel de buscador de talentos a los que encauzó creándoles un repertorio en el que cohabitaban además de sus canciones, aquellas que podían ayudarles a fomentar su trabajo y a definir su carrera.
En palabras de un importante director de orquesta cubano “… el gordo Germán es una versión tropical de David Foster y Armando Manzanero en eso de armar el camino de la canción…”. Y no le falta razón a quien por años ha dirigido la orquesta de la Radio y la Televisión.
Pocos compositores cubanos hoy –una raza casi en peligro de extinción— saben conjugar la sabiduría musical de un Giraldo Piloto (padre) y la sagacidad para combinar estilos de un Alberto Vera, en el modo de crear temas que son éxitos a pesar de que vayan a contracorriente con el gusto masivo. Y que esa creatividad trascienda al compositor y convierta su obra en un referente en espacios y eventos a los que pocas veces accedemos –las paradojas de la información bien tendenciosa de estos tiempos en que no se jerarquiza la misma—, hablan de una cubanidad cultural en el mundo de las canciones más allá de esa mirada al pasado que muchos ponderan.
Germán Nogueira no es un hombre mediático. Para nada. Es un hijo de vecino que sabe el secreto de escribir canciones, de rescatar y de reinventar la carrera de aquellos cantantes que alguna vez nos conmovieron; y que a pesar de no hacerse notable, hace de la cultura cubana, en especial de la música, un espacio en que estamos presentes.
Aunque su crédito no siempre sea lo que más importa cuando escuchamos sus canciones.
¡Hay presencia!
La noche es larga (El árbol del Patio). Autor e intérprete: Germán Nogueira/Canción con la que obtuvo Medalla de Bronce en www.globalmusicawards.com 2024:
Fuente: Cubarte
Foto: Rafael Valiente Pascual