El pasado 14 de enero desapareció físicamente el músico cubano Enrique Bonne (Premio Nacional de Música), dejando una estela de dolor y a la vez un legado artístico sonoro dentro y fuera de nuestras fronteras, que el tiempo no borrará jamás.
Santiaguero por naturaleza, cubano por antonomasia fue depositario de la sapiencia de grandes músicos que le antecedieron en el tiempo, y de otros de su generación; baluarte y defensor de la cultura cubana más raigal.
Autor de diferentes géneros y temas musicales interpretados por su grupo y por otras agrupaciones, Enrique Bonne sustenta una amplia hoja de servicios fomentada por Mariano Mercerón, Pacho Alonso, Fernando Álvarez, Ramón Calzadilla, y Elena Burke; así como las orquestas Estrellas de la Charanga y Original de Manzanillo; quienes al apreciar la calidad autoral de este grande del pentagrama nacional no dudaron en trabajar con él.
Amigo, padre, esposo, representante institucional, sus cualidades no se limitaron a la música, fue un santiaguero de genuinos valores humanos, que nunca olvidó sus raíces patrimoniales, y en consecuencia las cultivó con la pasión propia de los artistas legítimos.
En 1961 hizo realidad uno de sus mayores sueños al formar Enrique Bonne y sus tambores, grupo de percusión, aún vigente y con el cual el virtuoso participó en importantes acontecimientos dentro y fuera del país.
Toda Cuba lo recuerda por sus despuntes en múltiples espectáculos televisivos, acompañando a Farah María, y a otros profesionales del arte que siempre respetaron su impronta como ser humano y músico.
Maestro Enrique Bonne, hoy que los cubanos lo despedimos con un hasta luego, en el camino inexorable de la muerte, los amantes de la buena música popular cubana más contemporánea seguiremos apegados a su obra. Dígase, el sabroso ”Chachachá de la Reina”, o los temas ”No quiero piedra en mi camino”, ”Que me digan feo”, ”Se tambalea”, o el bolero ”Dame la mano y caminemos”, inmortalizado por Pacho Alonso, entre otras obras que llevan el sello interpretativo de la orquesta Aragón.
Maestro, sabemos que partió a lo más selecto del Olimpo, allí, donde hay un lugar reservado para las grandes luminarias, para quienes como usted consagraron una existencia rítmica de 98 junios, con su pueblo, por su pueblo y para su pueblo.