El guaguancó único de Celeste Mendoza

Celeste Mendoza

La rumba tiene excelentes compositores e intérpretes y de estos últimos, hay nombres de mujeres que marcan la diferencia. Sin dudas, la historia del género recoge entre las mejores figuras que lo han hecho brillar en múltiples escenarios a Celeste Mendoza, típica mulata criolla.

Con su gracia y virtuosismo esta santiaguera paseó el arte de la Isla por diferentes confines, donde recibió los mayores elogios de la crítica y del público. Aunque la carismática vocalista incluía en su repertorio varios géneros, su modo de llevarlos a la escena la distinguió como la Reyna del guaguancó.

Los movimientos y forma de cantar peculiares de este estilo sonoro ella los incorporó a los temas que hizo suyos. Fue tal la originalidad alcanzada por la cantante, que ha quedado en la memoria colectiva como una artista sui géneris, difícil de imitar.

Su nacimiento en la oriental ciudad de Santiago de Cuba en la tercera década del siglo veinte le permitió asimilar lo suficiente de la rumba que entonces allí tenía gran auge. Apenas con trece años de edad ya su familia se trasladó a la capital cubana y la historia de Celeste Mendoza tomó su rumbo definitivo.

 Al inicio actuó exitosamente en la CMQ como vocalista, luego comenzó a tomar clases de baile y rápidamente pasó a formar parte de varias compañías. No era poco su talento y todos lo aplaudían. Llegó a presentarse en el Teatro Martí y a mediados de la centuria anterior la llamaron a trabajar en el cabaret Tropicana.

Desde aquella época atraía por su continua manera de bailar y cantar guaguancó en sus ratos libres. Su notoriedad creció cuando reveló sus capacidades para reproducir las actuaciones de las legendarias Josephine Baker y Carmen Miranda. Ambas la vieron y quedaron muy satisfechas.

La trayectoria de Celeste Mendoza fue siempre en ascenso. Integró el Cuarteto de Facundo Rivero, con el cual logró sus primeras grabaciones y, más tarde, fue la cantante de la orquesta de Ernesto Duarte. Las adaptaciones que hizo de cada tema resultaron inolvidables, pero, fundamentalmente, su forma de comunicarse con los espectadores.

La sabrosura criolla era un sello que la diferenciaba, la cual se pudo disfrutar mucho mejor con el surgimiento de la televisión y su presencia en este medio tan popular. Su expresión “con una tumbadora, el bongó y el bajo es suficiente, el resto lo pongo yo”, habla por sí misma de la creatividad de tan singular virtuosa.

No era difícil que le pidieran participar constantemente en diferentes espacios de la pantalla chica y también en obras del celuloide. El documental Nosotros, la música, de Rogelio París, recogió su impronta, al igual que el titulado La Rumba, la música y Celeste Mendoza.

La Reina del guaguancó grabó varios discos en solitario y otros donde compartió honores con Los Papines, la orquesta Sensación o el conjunto Sierra Maestra, muchos fueron reeditados luego en varios países como Venezuela y Japón. Poseedora de un distintivo estilo de improvisación, emitía sonidos y fraseaba las melodías al estilo del guaguancó, parecido a la entonación que realizan los rumberos.

Esa peculiaridad y los movimientos rítmicos propios del bailador de rumba constituyeron su cuño de presentación. Fue la gran Rita Montaner quien la denominó la Reina del guaguancó, al quedar sorprendida por su maravillosa actuación y para siempre todos la llamaron así.

La muerte prematura de Celeste Mendoza dejó un enorme vacío en el arte sonoro de la Isla, que sigue llevando su legado a las nuevas generaciones a través de fonogramas, donde aparecen sus temas emblemáticos, entre ellos, Que me perdone Dios y Consuélate como yo.

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