En un latido musical de La Habana, surgió el maestro que uniría el violín, la trompeta y la batuta en una misma armonía de intención profunda. Manuel Duchesne Cuzán dedicó su vida a dar forma al sonido colectivo, a levantar estructuras sonoras donde la precisión y la emoción se encontraban. Su paso —modesto en apariencia, monumental en esencia— se inscribe en la historia de la música cubana.
Nacido en La Habana el 9 de noviembre de 1934, falleció el 10 de septiembre de 2005. Fue galardonado con el Premio Nacional de Música de Cuba en 2003. Su formación fue vasta: violín, trompeta, dirección de orquesta, armonía, contrapunto, todo para dotar a su batuta de una mirada que alcanzara lo más profundo de cada instrumento.
Desde los atriles como violinista, hasta la tribuna como director, Duchesne Cuzán modeló la voz de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, llevando su batuta por su país, América Latina y Europa.
Fue un puente entre lo clásico y lo contemporáneo, un gestor que introdujo a las jóvenes generaciones de compositores en el seno de la música sinfónica. Su legado reside no sólo en los estrenos que dirigió, sino en la generación de músicos, directores y oyentes que comprendieron otra dimensión del concierto.
Es ejemplo de que la música puede ser a la vez técnica y humanidad; que la batuta no dirige simplemente, sino acompaña, escucha, convoca. Su obra habla de raíz, comunidad, encuentro.
Queda en nuestra memoria —y en cada sala de conciertos— su presencia. Que la orquesta siga llevando el eco de su arco férreo y su corazón abierto.
Foto: Tomada de Cubaescena
