La música es uno de los valores más preciados y perdurables que atesora el pueblo cubano. Le acompaña desde los tiempos primigenios de los rituales mágico-religiosos de los aborígenes, consolidado a través del tiempo como expresión de la idiosincrasia y forma superior del divertimento de los pobladores de esta Isla de gran arraigo musical.
No se olvide que la principal diversión de los habitantes de la ínsula han sido los bailables, una buena parte de la historia con marcada separación clasista-estamental, y finalmente democratizada con la conquista de la justicia social en enero de 1959.
No caben dudas de que cuando se habla de tradición, popularidad e influencia en la cultura cubana, no hay otro género musical autóctono que pueda equipararse al son. Incluso, sin temor a errores, puede afirmarse que tal vez no exista otra expresión artística que identifique, en tan pocos rasgos, esa esencia que Ignacio Piñeiro definió como “lo más sublime para el alma divertir”.
El son cubano nació en la región oriental del país como parte del mestizaje que caracteriza nuestra cultura. Algunos musicógrafos de la época aducen que los primeros sones fueron interpretados alrededor de la segunda mitad del siglo XVI dado por la fusión de las tradiciones musicales africanas de origen bantú con las tradiciones musicales españolas. Puede ser que en estos casos se refieran al nengón y el kiribá, dos fuentes que influyeron en el son.
En el nuevo género bailable y cantable se mezclaron los sonidos de los instrumentos de cuerda con los de percusión: la guitarra, el tres, los bongos, las maracas y las claves. El son comenzó su expansión por toda la geografía nacional finales del siglo XIX y principios del XX, coincidiendo con una etapa fecunda de una sólida aseveración cultural que amplió su dinamismo y afianzó sus componentes para consolidar la autoctonía y la identidad culturales de la Isla.
En sus pasajes de música local al diverso ambiente de los sonidos nacionales, mucho hay que agradecer a los integrantes de la trova tradicional, que defendían sus composiciones con la tímbrica y la cadencia soneras, como salvaguardando el género para venideras exploraciones. El son se ejecutaba entonces por unidades instrumentales de pequeño formato, como solistas, dúos, tercetos, cuartetos y sextetos.
El Sexteto Habanero fue el primero que se fundó en la capital cubana en el año 1920. Constituyó una indiscutible revolución musical. Sus orígenes se encuentran en el Cuarteto Oriental, que resultó ser el núcleo del Sexteto Habanero, más tarde convertido en septeto.
En 1927 fue fundado el Sexteto de Ignacio Piñeiro, que a poco se transformó en Septeto con la incorporación a su nómina del trompetista Lázaro Herrera, quien a partir de ese momento, haría las transcripciones de las obras de Piñeiro.
Sería imperdonable que en esta sucinta memoria, se olvidara apuntar la fundación el 8 de mayo de 1925 del Trío Matamoros, que originalmente fue llamado Trío Oriental y quienes llegaron a la capital en la segunda mitad de los años veinte.
Al valorar el alcance y significado del son en su magnitud verdadera, no debe hablarse únicamente de lo que reportó su música para el beneplácito del público, principalmente los bailadores. También hay que destacar su aporte como catalizador y reanimador de diversos estilos y corrientes dentro de nuestra música popular. Recuérdese que en 1910, con la introducción del son oriental como parte final del danzón “El bombín de Barreto”, se renovó el género danzoneril, y que luego, Orestes López con su “Mambo” (1938) anunció la aparición del “nuevo ritmo” que sería uno de los nutrientes del mambo.
Vale apuntar que en los años cincuenta del siglo pasado, Benny Moré y los arreglistas Pedro Jústiz, Eduardo Cabrera y Generoso Jiménez, imprimieron un nuevo sesgo a la música popular bailable con la incorporación del son montuno. Tampoco puede obviarse el rol de Arsenio Rodríguez al ampliar el formato de los tradicionales sextetos y septetos de son, para integrar los llamados conjuntos con tres o cuatro trompetas, que proliferaron en los años cuarenta y cincuenta del novecientos.
Sirva esta breve memoria para reverenciar una vez más a este baile y canto que es música esencial de la cultura cubana: