Texto y fotos: Juvenal Balán Neyra
Generaciones de cubanos crecieron con sus canciones, al ritmo de letras como aquella que tantos recuerdan «porque tenemos el corazón feliz/ feliz, feliz, feliz, feliz, feliz…».
Teresita Fernández, la maestra que cantaba a los niños, se marchó después de ocho décadas sin decir adiós, y es especialmente recordada en semanas como estas, en que los pequeños recesan de las clases con andanzas de mano de sus familias por sus ciudades y pueblos, entonando canciones que no pasan de moda.
Dame la mano y danzaremos; / dame la mano y me amarás. / Como una sola flor seremos, / como una flor, y nada más…
Martiana y cristiana de pura cepa, con su obra iniciada desde los cuatro años, cuando cantó por primera vez en un programa radial de Santa Clara, su ciudad natal, donde sus canciones comenzaron a convertirse en himnos de amor y cubanía.
Patriota por excelencia siempre se inspiró en la gran madre Patria, en la naturaleza, en el amor.
Vinagrito es un gatico / que parece de algodón. / Es un gato limpiecito, / relamido y juguetón. / Le gustan las sardinas / y es amigo del ratón, / es un gato muy sociable, / mi gatico de algodón.
Muchos no renunciamos a recordarla en su andar por la vida, siempre con su mocho de tabaco cubano, de la bodega, prendido en su boca y el crucifijo de madera en el medio del pecho.
Junto a su recuerdo, la trova sigue viva y el acorde de la trovadora mayor, de la maestra, surca el espacio.
Si te preguntan di / que no has visto mi alma / que todo te lo di /por un poco de nada.

Fuente: Granma