Las cálidas aguas del mar Caribe tienen en esta Isla una joya, donde nacen genios del arte sonoro con aportes a escala universal. Debe ser la brisa al acariciar la tierra, lo que posibilita el surgimiento de tanta maravilla.
Uno de los hijos pródigos de nuestro país fue Rafael Somavilla Morejón (Matanzas, 19 de agosto de 1927 / La Habana, 20 de enero de 1980). Su nombre, junto al de su padre, Rafael Somavilla Pedroso, engalana lo mejor del pentagrama criollo de todos los tiempos.
El domicilio donde vivió esta familia en la provincia de Matanzas se distingue porque una modesta placa rinde tributo al talento y la consagración de sus habitantes. Si algo caracterizó a este artífice fue la modestia y el apego a la cubanía. Y por contradictorio que resulte, encontró diversas maneras para que esas raíces se unieran a los sonidos más contemporáneos, de modo que lo nuestro creciera también como parte del mundo.
Tal sabiduría martiana convirtió a este pianista, compositor y director de orquesta, en creador insaciable. Fundó espacios para la música, participó en diversos eventos internacionales como jurado y ofreció sus conocimientos a quienes lo rodeaban.
Verdadero maestro del pentagrama, Somavilla transitó en su momento por la naciente televisión cubana y creó piezas trascendentales que lo hicieron un adelantado a su época. El jazz tuvo en él a un artífice de primera línea, que devino fundador de la Orquesta de Música Moderna, junto a otras celebridades criollas.
Sus arreglos para destacados vocalistas cubanos, así como de temas de reconocidos autores de música de concierto y popular, enriquecen nuestra historia melódica.
La originalidad de sus obras “Réquiem” y “Suite en jazz”, lo elevan al sitio de honor de los virtuosos de esta Isla, y entre ellos resplandece, cual auténtico tesoro del arte sonoro.