Para los que aman y defienden el pentagrama criollo, Pedro Izquierdo nació para darle nuevo sabor a la música y, en especial, a nuestros carnavales.
Y se renombró como Pello el Afrokán, quien le diera gloria a este país con la sonoridad de su ritmo Mozambique. Encontró así un modo de que nadie dudara del respeto de los hijos de Cuba por sus ancestros, traídos de forma humillante desde lejanas tierras africanas.
Tres campanas y una sartén para sustituir las claves, cuatro tambores, que en lengua lucumí se conocen como oloddu-mare, conforman la base sonora, que completa con trompetas y trombones la parte melódica.
Elementos de conga, rumba y toque de los iyesá se unen en el contagioso ritmo, que inmortalizó a Pello y le valiera para ser a partir de la década de los años 60 del siglo pasado el atractivo fundamental de los carnavales habaneros.
Desde entonces nadie dudó de su presencia en el mundialmente conocido Cabaret Tropicana, con sus producciones Fantasía y Ses-se-ribo. Actuó con su grupo en el Festival Internacional de Música y Danza Folklórica de Schöten, en Bélgica y en el Carnaval de Gran Canarias.
Giras por naciones diversas permitieron difundir piezas como la antológica “María Caracoles”, con aprobaciones del público y la crítica en teatros de América Latina, Europa y el famoso Carnegie Hall, de Nueva York.
El músico alegre e innovador ideó, además, la coreografía acompañante del Mozambique: con suave cadencia se flexionan las rodillas, se baja el cuerpo, a la vez que se adelanta un pie; y el movimiento se completa con la retirada del pie, mientras el cuerpo vuelve a su posición normal. La ejecución se realiza a partir del toque grave del tambor, unido al bombo.
Pello el Afrokán significa música cubana contagiosa, alegre, sensual; esa que no falta en los carnavales de esta Isla.