Una brisa de sabiduría recorrió los pasillos de la música cubana cuando María Antonieta Henríquez González, nacida el 9 de noviembre de 1927, decidió dedicar su vida a escuchar lo que el tiempo deja escrito en partituras, en archivos y en sonidos.
Su mirada de pedagoga y musicóloga, unida a la delicadeza de la pianista que fue, la llevó a concebir la tarea de preservar, enseñar y levantar la memoria sonora de la Isla con absoluta humildad y rigor.
Desde los cimientos del recién creado archivo que hoy conocemos como el Museo Nacional de la Música en La Habana, Henríquez desplegó una visión de museo‑archivo que no solo guardaba instrumentos y partituras, sino que abría diálogos entre generaciones, géneros y saberes.
Su voz insistente en la enseñanza hizo que la historia musical de la Isla no quedara relegada a los anaqueles, sino que volviera a circular, a ser revisitada, a estimular nuevos estudios.
En 2005 recibió el Premio Nacional de Música, reconocimiento al conjunto de su obra como pedagoga, investigadora e impulsora del patrimonio musical nacional. Esta distinción coronó décadas de esfuerzo silencioso pero profundo: la catalogación de fondos, la edición de correspondencias de compositores como Alejandro García Caturla, la formación de jóvenes investigadores, el impulso de la musicología como disciplina en la Isla.
María Antonieta Henríquez nos enseña que cuidar la memoria musical es cuidar los ecos de las voces que ya se fueron, los silencios cargados de significado, los gestos que quedaron en una clave o un compás. Su labor permanece como puente entre el pasado y el futuro, entre la enseñanza y la investigación, entre la partitura olvidada y la nueva generación que la hace sonar.
Hoy, cuando caminamos por la historia de la música cubana, escuchamos también su huella: firme, discreta, esencial. Que su legado inspire a quienes creen que la música es, sobre todo, memoria compartida.
Foto: Tomada de Facebook
