Desde una guitarra sencilla hasta sonar en teatros de medio mundo: la vida de Liuba María Hevia es un testimonio de amor por la música, la memoria, la infancia y la palabra. Sus canciones son como puertas abiertas al corazón, y su voz —fresca, cálida, intensa— ha logrado unir tradición y contemporaneidad con una sensibilidad única.
Nacida el 14 de diciembre de 1964 en La Habana, creció rodeada de sonidos: su madre melómana le transmitió el gusto por la música desde niña, y a los ocho años ella misma tomó una guitarra, un instrumento que pronto se volvió inseparable de su vida.
Desde 1982 forma parte del Movimiento de la Nueva Trova, acercándose a sus primeras grabaciones y compartiendo camino con figuras fundamentales como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
Su primer álbum, Coloreando la esperanza en 1993, fue una revelación: una mezcla de trova, raíz campesina y sensibilidad contemporánea, que mostró desde el inicio su capacidad para reinventar géneros tradicionales sin perder autenticidad.
A lo largo de su trayectoria ha explorado estilos tan diversos como la guajira, el son, la habanera, el danzón, el bolero e incluso música infantil, mostrando una versatilidad admirable.
Más allá de su talento como compositora e intérprete, Liuba ha demostrado un compromiso profundo con la infancia y la memoria colectiva. Su obra ha acompañado a generaciones enteras de niños; en 2012 fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad de la UNICEF en Cuba, por su dedicación a llevar música, esperanza y consuelo a hogares, hospitales y comunidades vulnerables.
Con más de veinte discos publicados, su repertorio conserva una constante: la honestidad artística. En cada canción, ya sea de amor, nostalgia, infancia o esperanza, se siente la huella de una mujer que entiende la música como acto de humanismo.
Hoy, detrás del micrófono o de una guitarra, Liuba María Hevia sigue siendo ese puente entre lo íntimo y lo colectivo, una trovadora de alma abierta que canta desde su corazón, para tocar el de quienes la escuchan.
Foto: Tomada de ABC
