Aquella noche del 28 de septiembre de 1960, La Habana entera parecía contener la respiración. La multitud esperaba escuchar al Comandante en Jefe Fidel Castro, recién llegado de su viaje a la ONU, cuando dos petardos estallaron cerca de la concentración.
El sobresalto fue inmediato, pero la respuesta se transformó en idea: organizar, vigilar, acompañar cada barrio con ojos y oídos atentos. Así nacieron los Comités de Defensa de la Revolución, al calor de un discurso que convirtió la esquina en trinchera y la cuadra en bandera.
El entusiasmo no tardó en hacerse música. Muy pronto la Revolución quiso darle a los CDR un himno que multiplicara en voces lo que ya se respiraba en las calles. Carlos Puebla, el cantor que supo ponerle verso a los momentos iniciales de la Revolución, dedicó su tema “El Comité de Defensa” a la nueva estructura que ocupaba el corazón de cada cuadra.
Con su estilo directo, de copla clara y contagiosa, convirtió la vigilancia del barrio en motivo de canción, acompañada de guitarras que resonaban en actos y celebraciones.
En la misma línea apareció después un joven compositor, Eduardo Ramos Montes, integrante del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y del Movimiento de la Nueva Trova. Su obra “La canción de los CDR” devino emblema musical de la organización.
En sus versos se repetía la idea “en cada cuadra un comité, en cada barrio revolución”, frase que caló como consigna y estribillo en emisoras, escuelas y desfiles. La canción se escuchó en aniversarios y conmemoraciones, consolidándose como parte inseparable de la identidad de la mayor organización de masas de la Isla.
Ya en tiempos recientes, el compositor popular Arnaldo Rodríguez, con su agrupación Talismán, estrenó la canción “Siembra” para el aniversario 60 de los CDR. El tema, producido con la EGREM y acompañado de un videoclip, recoge la idea de cultivar la comunidad, resistir juntos y mantener viva la obra que había nacido seis décadas atrás.
De este modo, los CDR devinieron canción. Desde la guitarra criolla de Carlos Puebla hasta la sonoridad orquestada de Arnaldo Rodríguez, pasando por la fuerza trovadoresca de Eduardo Ramos, se logró un repertorio que buscó darle sonido a la vigilancia, al trabajo colectivo y a la vida de la comunidad. Un cancionero que nació de la historia y todavía acompaña, como eco, a cada barrio cubano.