Rafael Alberti le definió como un García Lorca negro. No se puede hacer más con una canción decía el dramaturgo español Jacinto Benavente. Fue uno de los más grandes artistas de Cuba consideraba Esther Borja. Se referían a Ignacio Villa, el imprescindible Bola de Nieve.
El 11 de septiembre de 1911 en Guanabacoa nació el hombre que según Alejo Carpentier, se puso de acuerdo con todos los públicos del mundo.
Bola de Nieve no sólo triunfó en América. En los años 50 conquistó Francia, Dinamarca, Niza, Roma, Venecia y Milán. Después volvió a México, su segunda patria. Allí compartió con figuras como Pedro Vargas, Toña la Negra y Agustín Lara. Por esa época conoció a Edith Piaf, quien dijo: Nadie canta “La vi en Ros” como Bola de Nieve.
Con 47 años Bola había definido y perfeccionado su estilo de decir la canción. Para él no existía la improvisación: estudiaba y maduraba cada tema. Dominaba la canción caricaturesca, la de inalterable elaboración y la de inflexiones folclóricas de cualquier país.
Como recursos expresivos utilizaba por igual la melodía, el ritmo y el mensaje de los textos. Amaba el teatro, la danza, la literatura y la pintura. Todos los géneros beneficiaron su formación como artista. Para él no existía público malo, sino artistas que no convencen.
Ignacio Villa dejó una obra perdurable también como autor. Sus temas responden desde el punto de vista formal a lo más depurado del cancionero tradicional cubano. Bola inscribió 12 temas y dejó sin registrar otras 12 obras, entre ellas las muy conocidas “Tú me has de querer”, “Becqueriana” y “Ay, amor”.
El triunfo de la Revolución llenó de seguridad a Ignacio Villa, el entrañable Bola de Nieve. En los años 60 del siglo pasado Ignacio Villa se convirtió en un embajador de nuestra cultura por Europa del Este. Actuó en la Unión Soviética, Checoslovaquia, también se presentó con éxito en China.
En 1965 se remozó el restaurante “Monseñor” en La Habana. El sitio se convirtió en “Chez Bola”, íntimo lugar donde el artista además de cantar y tocar el piano, dialogaba, hacía cuentos, chistes anécdotas y saludaba de mesa en mesa.
Bola fue un triunfador, «Bola con su piano, Bola con su frac en las grandes noches de mundana etiqueta, Bola con su sonrisa y su canción».
Después de 113 de su nacimiento, firmas discográficas cubanas y extranjeras reproducen los fonogramas que Bola de Nieve nos dejó. Esos que, aunque escasos, alimentaron la leyenda de un artista que se calificó a sí mismo como “la canción que canta”.