Un juicio para la historia

Un juicio para la historia

Un sitio sin las condiciones necesarias para un juicio público y esperado por todos no opacó la voz segura del acusado, que no aceptó otra defensa que la propia el 16 de octubre de 1953.

El doctor Fidel Castro Ruz era sometido a preguntas del fiscal en la Sala del Pleno de la Audiencia de Oriente, mientras el interrogado asumía la responsabilidad de todos los cargos imputados por el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.

Hasta las bayonetas empuñadas en el lugar temblaban al escuchar los argumentos de quien se convirtió en acusador de los males de una tiranía sangrienta contra el pueblo empobrecido.

El público asistente no daba crédito a lo escuchado. El joven impetuoso no solo mostraba sus capacidades como orador, ponía en evidencia que no era un muchacho ingenuo y mucho menos un político buscando seguidores para su partido.

Las paredes del recinto retumbaban con cada cita a José Martí, a quien Fidel nombró su Maestro y subrayó que él y sus hermanos de lucha fueron al combate inspirados en el Apóstol, verdadero autor intelectual del Moncada.

No había micrófonos ni fotos. No los permitieron. Temían tantas verdades de un hombre que explicó que los asaltos a los cuarteles eran solo el inicio de una gesta emancipadora, que ya tenía un programa con trascendentales proyectos sociales.

Era difícil para el fiscal asimilar tantas palabras, dichas por tan locuaz acusado, quien lejos de temer, hacía rabiar de impotencia a sus enemigos.

El espectacular juicio tuvo una reportera que no perdió un solo detalle de lo ocurrido. Así tuvo el mundo, gracias a Marta Rojas, la crónica insuperable de aquel acontecimiento.

La inteligencia de Fidel, su astucia y visión de futuro, permitieron, desde la celda a la que fue inculpado, reescribir el programa que lo llevó al Moncada y titularlo con la expresión conclusiva de su magistral alegato: «Condenadme, no importa, la historia me absolverá».

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