El 5 de diciembre invita a recordar a Esther Borja (1913–2013), una de las figuras vocales más refinadas de la música cubana. Su legado atraviesa casi un siglo de escenario y memoria, sostenido por una cualidad poco común: la unión de pureza técnica, sensibilidad interpretativa y absoluta devoción por la canción.
Formada inicialmente como pianista bajo la guía de Carmen Valdés, Borja desarrolló una musicalidad sólida que más tarde trasladaría a la voz con una precisión casi instrumental.
Su debut en 1935, interpretando “Damisela encantadora” bajo la dirección del propio Ernesto Lecuona, marcó el inicio de una relación artística que definiría su destino. El connotado músico, reconociendo en ella un timbre lírico excepcional, la convirtió en una de sus intérpretes predilectas; gracias a Borja, muchas de las piezas del maestro alcanzaron su forma más depurada y emotiva.
Su carrera internacional la llevó por América Latina, Estados Unidos y España, siempre como embajadora de un repertorio que abarcaba canción lírica cubana, zarzuela y piezas de concierto. Sin embargo, fue en la mayor de las Antillas donde su figura alcanzó una dimensión cultural extraordinaria: durante más de dos décadas condujo el emblemático programa televisivo Álbum de Cuba, un espacio que se volvió referente de la música nacional y de la educación sentimental de varias generaciones.
Esther Borja dejó como sello distintivo una interpretación lírica contenida, elegante, nunca excesiva. Su dominio del fiato, la dicción perfecta, el fraseo minucioso y la transparencia emocional elevaron la canción cubana a niveles de delicadeza poco habituales en su tiempo.
Recordarla el 5 de diciembre es celebrar una forma de cantar que no se desgasta: un legado que continúa enseñando que la belleza —cuando se dice con verdad y sencillez— no pasa de moda. Esther Borja sigue siendo, para la cultura cubana, una luz suave que no se apaga.
Foto: Tomada del Portal de la Radio Cubana
