Por: Guille Vilar / Foto: Cubadebate
No es habitual entrevistar a una personalidad de la cultura, en ocasión de su onomástico, y quedarse con ganas de volverla a ver tantas veces como sea posible, debido a la amplitud de su pensamiento humanista, por el desbordante esplendor de vida con que el entrevistado ha asumido la existencia durante 90 años.
Compartir un diálogo con el guitarrista Jesús Ortega (La Habana, 15 de septiembre de 1935) implica el privilegio de recibir toda la carga emotiva de una historia viva, referente a adalides de la cultura en la nación cubana, pero narrada desde la hondura del magisterio.
Dotado de un expresivo y cálido sentido de la comunicación, a este experimentado pedagogo no le resulta difícil convencernos de por qué prefiere llamar a sus alumnos artistas en formación, que él ayuda a crecer. De ahí la importancia para Ortega de que ellos se lleguen a considerar como sus propios maestros, por esa capacidad innata que nos permite sentirnos autodidactas.
Cuando nos dice que todo artista que no esté dispuesto a seguir aprendiendo cada día de su vida ni siquiera merecería ejercer tan noble profesión, es porque esa creencia se le ha grabado en el alma durante cada segundo de su extensa trayectoria.
Si ya es un dato sumamente conocido que sus primeras clases de guitarra las recibió conjuntamente con Leo Brouwer –su hermano de la vida, bajo la égida del maestro Isaac Nicola–, en esta conversación con Ortega nos enteramos de cuántas otras personas le han aportado a su desarrollo como creador, sin que estas lo sepan.
Desde las jornadas que pasó en el estudio de la pintora Amelia Peláez, hasta sus encuentros con Nicolás Guillén, el Poeta Nacional; además de las extensas conversaciones con relevantes personalidades, del rango de compositores como José Ardévol y Harold Gramatges, o el musicólogo Argeliers León, son apenas indicios de la solidez del universo cultural en el que Ortega ha crecido profesionalmente.
No obstante, no permite que decaiga nuestra fascinación al revelarnos que recibió clases magistrales del guitarrista venezolano Alirio Díaz, de quien, según dice, «aprendió hasta respirando»; o cuando exalta la trascendencia del español Andrés Segovia, el responsable de que la guitarra llegara a ser considerada como un instrumento solista de concierto.
Capítulo aparte merecen sus criterios en torno al carácter ecuménico de la escuela cubana de guitarra a lo largo de los años; así como la necesidad de atestiguar públicamente el cariño y la admiración que por Ortega manifiestan quienes reciben sus enseñanzas. Tal es el caso de Yalit González, prestigiosa guitarrista que, al cabo de 30 años del inicio de sus estudios con él, no pierde oportunidad de expresar el orgullo y todo el respeto por esta celebridad de la música cubana, que ejerce la mayor modestia.
No puede ser de otro modo, porque Jesús Ortega es de los que profesan a diario el principio de la prédica martiana de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.
Fuente: Granma