La versatilidad poco común de Reynold Álvarez Otero le distingue en el amplio pentagrama del arte sonoro en la mayor de las Antillas.
Nació en Matanzas el 28 de julio de 1922, y su espíritu vibraba entre la guitarra y el violonchelo, dos instrumentos muy distintos que dominó con maestría, mientras enriquecía cada nota que interpretaba.
Guiado por maestros que despertaron su genio, Reynold creció entre cuerdas y partituras, hasta convertirse en el faro luminoso de la Orquesta de Cámara de su terruño y luego en el director apasionado y sensible de la Orquesta Sinfónica de Matanzas.
Sus dedos hábiles y delicados contaron historias sin palabras, en tanto su enseñanza germinó en las manos de jóvenes músicos, por lo que obtuvo grandes reconocimientos, como la medalla Alejo Carpentier.
Lo que nadie duda es que su verdadera recompensa vive en la memoria musical que dejó, un eco dulce que nunca se apaga, porque Reynold Álvarez Otero es un alma sonora que susurra en el viento matancero.