Tirso Díaz: la guitarra que abrió camino

Tirso Díaz

Tirso Díaz nació el 24 de septiembre de 1895, cuando aún las calles de Güira de Melena eran caminos de polvo y silencio, y ya el alma criolla comenzaba a entonarse en guitarras campesinas. Desde muy joven mostró una vocación que no se gritaba, pero se sentía: la música era su respiración más serena.

Apenas con 17 años, fundó el cuarteto Nano junto a otros soñadores, comenzó su andar como guitarrista acompañante y durante décadas se mantuvo fiel a ese arte silencioso junto a cancioneros, mientras componía desde la hondura de lo sencillo, y dejó obras que aún se escuchan donde se canta de corazón.

Sus canciones: “Ana“, “Eloísa, “Como la vida“, “Entre las palmeras“, no fueron grandes éxitos de cartel, pero sí joyas que se quedaron en el oído de quienes entienden que el arte sonoro no siempre necesita aplauso, sino respeto.

La historia recuerda a Tirso Diaz como un trovador, pero su legado va más allá: en su casa del callejón de Hammel, cerca de Infanta y San Lázaro, comenzó a fraguarse uno de los movimientos más íntimos y revolucionarios de la canción cubana: el filin. 

A su alrededor se reunían jóvenes talentos como César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Niño Rivera, Ñico Rojas y Elena Burke, todos ellos en busca de una nueva manera de sentir, interpretar, de vivir la música.

Allí también creció su hijo, Ángel Díaz, quien llevaría esa herencia al corazón mismo del nuevo género melódico, con una voz y una sonrisa que lo convertirían en leyenda y Tirso abrió un camino que no tenía nombre al principio, pero que terminó bautizado con emoción: filin, sentimiento.

El extraordinario guitarrista murió en La Habana el 16 de julio de 1967, y su despedida no fue ruido ni lamento, más bien un acorde que se desvanece lento, dejando resonar su nota más pura.

Hoy la guitarra Gibson, que lo acompañó desde 1943, vuelve a estar en manos del pueblo, gracias a la donación que hizo su nieto Félix Armando Díaz al Museo Nacional de la Música, en el contexto del Festival Bohemia Mía.

La historia no se archiva: se comparte y su guitarra no es un objeto, deviene retrato sonoro de Tirso, cual madera donde latió su vida.

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