«…El color tiene límites, la palabra labios, la música cielo». Así expresó José Martí su preferencia por la música sobre todas las artes.
El Apóstol vio en la música la posibilidad de escapar de lo terrenal, de romper las cadenas que impiden el vuelo del espíritu Por eso decía: «La música es el hombre escapado de sí mismo: es el ansia de lo ilímite surgida de lo limitado y de lo estrecho: es la armonía necesaria, anuncio de la armonía constante y venidera».
La asocia con la lucha por la libertad y la compara con un arma de triunfo en la batalla: «¡Oh, la música! ¡Ésa es la hora grande! ¡Es lo divino del mundo, entrar en combate con música!».
Gustaba nuestro Héroe Nacional más de la música cuando la asociaba a Cuba. Con especial cariño y deferencia miraba a los profesores cubanos que enseñaban en la emigración, y a los compositores e intérpretes que honraban la patria con el ejercicio de su arte. Así dedicó hermosas palabras a los maestros de piano Emilio Agramonte y Miguel Castellanos, y a las obras y a los conciertos de Albertini y Cervantes.
Habló de Bach "arrebatado", de Haendel "imponente", de Beethoven "místico"; y la música de Mozart le parecía "una especie de lamentos de ángeles". También en sus preferencias musicales se manifiesta el gusto romántico de Martí: Chopin, Wagner, Berlioz. Lo entusiasmaba la ópera: fue dos veces en Madrid a ver una de Meyerbeer, y la elogió grandemente.
Es curioso que, cuando llegó por vez primera a los Estados Unidos, en 1875, se hiciera pasar por "músico italiano".
Martí reflejó parte de su carácter y de su vida en uno de los personajes de su única novela, Amistad Funesta, quien es un músico húngaro.
Como artista admiró su condición superior: «la más bella forma de lo bello»; como creyente en «la vida después de la muerte», encontró en ella la confirmación de su fe, el anuncio del perfeccionamiento a que aspiraba su espíritu: «...si la música anuncia el cielo, el cielo existe».
Como hombre, enamorado incorregible, Martí descubrió en la música el lenguaje universal del amor.